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A LAURA.

EPÍSTOLA

Yo te lo digo, Laura... quien encierra
Valor para romper el yugo necio
De las preocupaciones de la tierra.

Quien sabe responder con el desprecio
A los que, amigos del anacronismo,
Defienden el pasado a cualquier precio.

Quien sacudiendo todo despotismo
A ninguno somete su conciencia
Y se basta al pensar consigo mismo.

Quien no busca más luz en la existencia
Que la luz que desprende de su foco
El sol de la verdad y la experiencia.

Quien ha sabido en este mundo loco
Encontrar el disfraz más conveniente
Para encubrir de nuestro ser lo poco.

Quien al amor de su entusiasmo siente
Que algo como una luz desconocida
Baja a imprimir un ósculo en su frente.

Quien tiene un corazón en donde anida
El genio a cuya voz se cubre en flores
La paramal tristeza de la vida;

Y un ser al que combaten los dolores
Y esa noble ambición que pertenece
Al mundo de las almas superiores;

Culpable es, y su lira no merece
Si debiendo cantar, rompe su lira
Y silencioso y mudo permanece.

Porque es una tristísima mentira
Ver callado al zentzontle y apagado
El tibio sol que en nuestro cielo gira;

O ver el broche de la flor cerrado
Cuando la blanca luz de la mañana
Derrama sus caricias en el prado.

Que indigno es de la gloria soberana,
Quien siendo libre para alzar el vuelo,
Al ensayar el vuelo se amilana.

Y tú, que alientas ese noble anhelo,
Mal harás si hasta el cielo no te elevas
Para arrancar una corona al cielo...

Álzate, pues, si en tu interior aún llevas
El germen de ese afán que pensar te hace
En nuevos goces y delicias nuevas.

Sueña, ya que soñar te satisface
Y que es para tu pecho una alegría
Cada ilusión que en tu cerebro nace.

Forja un mundo en tu ardiente fantasía,
Ya que encuentras placer y te recreas
En vivir delirando noche y día.

Alcanza hasta la cima que deseas,
Mas cuando bajes de esa cima al mundo
Refiérenos al menos lo que veas.

Pues será un egoísmo sin segundo,
Que quien sabe sentir como tú sientes
Se envuelva en un silencio tan profundo.

Haz inclinar ante tu voz las frentes,
Y que resuene a tu canción unido
El general aplauso de las gentes.

Que tu nombre doquiera repetido,
Resplandeciente en sus laureles sea
Quien salve tu memoria del olvido;

Y que la tierra en tus pupilas lea
La leyenda de una alma consagrada
Al sacerdocio augusto de la idea.

Sí, Laura... que tus labios de inspirada
Nos repitan la queja misteriosa
Que te dice la alondra enamorada;

Que tu lira tranquila y armoniosa
Nos haga conocer lo que murmura
Cuando entreabre sus pétalos la rosa;

Que oigamos en tu acento la tristura
De la paloma que se oculta y canta
Desde el fondo sin luz de la espesura;

O bien el grito en que su ardor levanta
El soldado del pueblo, que a la muerte
Envuelto en su bandera se adelanta.

Sí, Laura... que tu espíritu despierte
Para cumplir con su misión sublime,
Y que hallemos en ti a la mujer fuerte
Que del oscurantismo se redime.

autógrafo

Manuel Acuña


Manuel Acuña

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