ODA
A LA MEMORIA DEL EMINENTE NATURALISTA
EL DOCTOR LEONARDO OLIVA
Si eso fuera, si fuera cierto
Que la última palabra de la vida
Es la palabra débil y no oída
Con que del mundo se despide un muerto;
Si la existencia humana
Sólo durara lo que dura un soplo
Que la alienta y la empuja en su camino,
Y si el límite negro de las tumbas
Fuera el límite impuesto á su destino,
La majestad que su misión encierra
Con su aliento vital se perdería,
Y el cadáver de un sabio no sería
Sino un cadáver más sobre la tierra...
Pero, ¡no! que si el golpe de la muerte
Es bastante a doblar bajo su peso
Lo mismo que al idiota al varón fuerte,
Jamás podrá la tumba
Prestarles a los dos la misma talla.
Como el destino ciego
Jamás podrá bajo su golpe injusto,
Igualar a la encina y al arbusto
Que ruedan bajo el hacha del labriego.
Los hombres son iguales
Ante el abierto fondo de un sepulcro,
Porque del hombre en el cadáver frío
La creación inmortal no ve ni encuentra
Sino una estatua que al perder la forma
Para otra forma en sus talleres entra;
Pero allí donde se hunde
Todo pie, y enmudece todo labio,
Allí donde se pierde y se confunde
La huella del idiota y la del sabio,
Si la tumba entreabierta
Cubre a los dos bajo la misma calma,
Y si al cruzar la inmensidad desierta
Los dos encuentran la misma puerta
Confundiendo en el cielo a una y otra alma:
La justiciera historia
Dejando al uno vegetar perdido,
Alza al otro un altar en su memoria,
Marcando entre los dos la diferencia
Que la tierra y el cielo
Borran ante la vida y la creencia,
Y haciendo en el lugar aborrecido
Donde acaba esta vida transitoria,
Algo como otro cielo, de la gloria,
Y algo como otro infierno, del olvido...
Podrá el cincel hebreo
Dar a Josué una estatua en sus talleres
Y negar esa estatua a Galileo;
Pero no podrá hacer que olvide el mundo
El robusto y divino e pur si muove
De su credo profundo;
Que a pesar del fanático sombrío
Que en el silencio del dolor lo encierra,
Su grito sonará sobre la tierra
Mientras ruede la tierra en el vacío...
Podrá el templo cristiano
Desdeñar para su aire otro perfume,
Que el del incienso que en columnas blancas
Sobre el dorado vaso se consume;
Pero el santuario augusto de la ciencia
Jamás tuvo en su altar mejor aroma,
Que en aquel santo día
En que era un mundo entero el incensario,
Y un loco, un pensador, un temerario,
Quien aquel incensario le ofrecía.
La ciencia, como el cielo,
Tiene también sus himnos y sus cantos,
Y, lo mismo que Dios, tiene su culto,
Y, lo mismo que Dios, tiene sus santos...
En vez de las suntuosas catedrales
Que el suelo cubren con su inmensa mole,
Ella tiene la escuela, donde unidos
Por el amor sagrado de la idea,
Sobré el arpa bendita del santuario
Levantan la oración del pensamiento,
El sabio contemplando el firmamento
Y el niño deletreando el silabario.
Y allí es donde la gloria
Tiene un altar y un busto
Para cada escogido de la historia;
Allí es donde la ciencia
Va a repetir entre el clamor del mundo,
La palabra de luz del moribundo
Que sucumbe en la fe de su conciencia.
Y allí es donde tu vives, varón justo,
Al que ahora bendice en sus altares
La santa voz del porvenir augusto;
El que tu ciencia y tus virtudes premia,
Consagrando a tu ciencia y sus virtudes
Las canciones de todos sus laúdes
En el templo inmortal de la Academia.
Allí será donde tu boca, el libro,
Nos seguirá enseñando las verdades
Que al Universo le arrancó tu aliento;
Y allí donde el progreso agradecido
Cuando la historia de tus hechos abra,
Llegará con tu nombre bendecido
A tocar a las puertas del olvido
Para hacerte brotar de tu palabra.
Manuel Acuña