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15 DE SEPTIEMBRE

Después de aquella página sombría
En que trazó la historia los detalles
De aquel horrible día,
Cuando la triste Méxitli veía
Sembradas de cadáveres sus calles;
Después de aquella página de duelo
Por Cuahulemoc escrita ante la historia,
Cuando sintió lo inútil de su anhelo;
Después de aquella página, la gloria
Borrando nuestro cielo en su memoria
No volvió a aparecer en nuestro cielo.

La santa, la querida
Madre de aquellos muertos, vencedores
En su misma caída,
Fue hallada entre ellos, trémula y herida
Por el mayor dolor de los dolores...
En su semblante pálido aun brillaba
De su llanto tristísimo una gota...
A su lado se alzaba
Junto a un laurel una macana rota...
Y abandonada sola como estaba,
Vencido ya hasta el último patriota,
Al ver sus ojos sin mirada y fijos,
Los españoles la creyeron muerta,
Y del incendio, entre la llama incierta
La echaron en la tumba con sus hijos...

Y pasaron cien años y trescientos
Sin que a ningún oído
Llegaran los tristísimos acentos
De su apagado y lúgubre gemido;
Cuando una noche un hombre que velaba
Soñando en no sé qué grande y augusto
Como la misma fe que le inspiraba,
Oyó un inmenso grito que le hablaba
Desde su alma de justo...
—Yo soy— le repetía,
Descendiente de aquéllos que en la lucha
Sellaron su derrota con la muerte...
¡Yo soy la queja que ninguno escucha,
Yo soy el llanto que ninguno advierte!...
Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha,
Que es grande tu virtud, y vengo a verte;
Que en el eterno y rudo sufrimiento
Con que hace siglos sin cesar batallo,
Yo sé que tú has de darme lo que no hallo:
Mi madre, que está aquí porque la siento.—

Dijo la voz y al santo regocijo
Que el anciano sintió en su omnipotencia,
—Si el indio llora por su madre, —dijo,
Yo encontraré una madre para ese hijo,
Y encontró aquella madre en su conciencia.

A esta hora, y en un día
Como éste, en que incensamos su memoria,
Fue cuando aquel anciano lo decía,
Y desde ese momento, patria mía,
Tú sabes bien que el astro de tu gloria
Clavado sobre el libro de tu historia,
No se ha puesto en tus cielos todavía.

A esta hora fue cuando rodó en pedazos
La piedra que sellaba aquel sepulcro
Donde estuviste, como Cristo, muerta
Para resucitar al tercer día;
A esa hora fue cuando se abrió la puerta
De tu hogar, que en su seno te veía
Con un supremo miedo en su alegría
De que tu aparición no fuera cierta;
Y desde ese momento, y desde esa hora,
Tranquila y sin temores en tu pecho,
Tu sueño se cobija bajo un techo
Donde el placer es lo único que llora...
Tus hijos ya no gimen
Como antes al recuerdo de tu ausencia,
Ni cadenas hay ya que los lastimen...
En sus feraces campos ya no corre
La sangre de la lucha y la matanza,
Y de la paz entre los goces suaves
Bajo un cielo sin sombras ni vapores,
Ni se avergüenzan de nacer tus flores,
Ni se avergüenzan de cantar tus aves.

Grande eres, y a tu paso
Tienes abierto un porvenir de gloria
Con la dulce promesa de la historia
De que para tu sol nunca habrá ocaso...
Por él camina y sigue
De tu lección de ayer con la experiencia;
Trabaja y lucha hasta acabar esa obra
Que empezaste al volver a la existencia,
Que aún hay algo en tus cárceles que sobra,
Y aún hay algo que el vuelo no recobra,
Y aún hay algo de España en tu conciencia.

Yo te vengo a decir que es necesario
Matar ya ese recuerdo de los reyes
Que escondido tras de un confesonario,
Quiere darte otras leyes que tus leyes...
Que Dios no vive ahí donde tus hijos
Reniegan de tu amor y de tus besos,
Que no es el que perdona en el cadalso.
Que no es el del altar y el de los rezos:
Que Dios es el que vive en tus cabañas,
Que Dios es el que vive en tus talleres
Y el que se alza presente y encarnado
Allí donde sin odio a los deberes
Se come por la noche un pan honrado.

Yo te vengo a decir que no es preciso
Que muera a hierro el que con hierro mate,
Que no es con sangre como el siglo quiere
Que el pueblo aprenda las lecciones tuyas;
Que el siglo quiere que en lugar de templos
Le des escuelas y le des ejemplos,
Le des un techo y bajo dél lo instruyas.

Así como en tu frente
Podrás al fin ceñirte la corona
Que el porvenir te tiene destinada;
Él, que conoce tu alma, que adivina
En ti a la santa madre del progreso,
Y que hoy ante el recuerdo de aquella hora
En que uno de sus besos fue la aurora
Que surgió de tu noche entre lo espeso,
Mientras el pueblo se entusiasma y llora,
Té viene a acariciar con otro beso.

autógrafo

Manuel Acuña


Manuel Acuña

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