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EL ESCLAVO1

De luna que expira la luz macilenta
Las vías aclara del ancha ciudad;
Silencio, do quiera, la noche sustenta,
Y al sueño se libran virtud y maldad.

En tanto a la puerta de humana morada
Un hombre infelice se mira llorar;
Sus ojos que brillan en faz atezada
Parecen del Cielo justicia implorar.

¡Ay mísero, exclama, con flébil acento,
De aquel a quien roba destino fatal
Amigos y deudos, en solo un momento,
Y lejos arroja del suelo natal!

Sus lágrimas corren ardientes, en vano,
Y en ver con ellas procura mover,
Que el blanco no mira con ojos de hermano
Al a quien negro le cupo nacer.

                      *

Nada queda a mi existencia
Arrojada con violencia
A esta tierra de dolor.
El recuerdo me devora
Que me dice a toda hora
Soy esclavo y fui señor.

Como sigue al condenado
Del verdugo ensangrentado
Fiera imagen ideal,
Que acrecienta los tormentos
De sus últimos momentos
En la vida terrenal.

Así acosa al Africano
El aspecto del tirano
Que cautivo le llamó
Y que injusto le condena
A arrastrar servil cadena
De que el Cielo lo eximió.

¡Pobre negro! tus pesares
Se redoblan a millares
En la torpe esclavitud:
Que tu bárbaro destino
Es llorar y de contino
Ver abierto el ataúd.

                      *

¡Por qué un alma noble me dieras ¡oh Cielo!
Si liga coyunda mi fuerte cerviz,
Si miro do quiera mil rostros de hielo
Y escucho palabras de muerte, infeliz!

Iguales nos hizo la mano invisible
Del Dios sempiterno de paz y de amor,
Y en todos la llama prendió inextinguible,
Destello sublime del almo Señor.

En nave soberbia al África ardiente
El blanco codicia llevara y maldad,
Cautivo al inerme condujo insolente
Violando las leyes de santa igualdad.

Hundirle en sus aguas al mar no le plugo
Que senda espaciosa tranquilas le dan,
Y al negro condenan a bárbaro yugo,
A vida infecunda de mísero afán.

                      *

Escucha la plegaria
¡Oh padre de natura!
Que en llanto y amargura
Eleva el alma a ti.

Destroza con tu soplo,
Que abate las naciones,
Las bárbaras prisiones
Del hombre de color.

Celebran tu justicia
En coros reverentes
Mil pueblos diferentes
Del Sur al Setentrión.

¿Y solo tus miradas
No alcanza el africano?
Le apartas de tu mano,
Le libras al dolor?

Reservas al que ofende
La vida de tu hechura
Tras larga desventura
La muerte de Caín:

Y el blanco, que en crueza
Excede al tigre fiero,
¿Tu rayo justiciero.
Señor, no alcanzará?

Escucha la plegaria,
¡Oh Padre de natura!
Que en llanto y amargura
Eleva el alma a ti.

Destroza con tu soplo,
Que abate las naciones,
Las bárbaras prisiones
Del hombre de color.

Diciembre de 1839.

autógrafo

Adolfo Berro


1 Dícese comúnmente que, en todo, lo difícil es empezar, y yo creo que se encierra una verdad eterna en ese proloquio vulgar. —Una vez hechos los versos al Azahar escribí los del Esclavo, asunto que me pareció moral en grado eminente, y en el cual estaba seguro de encontrar mayor número de inspiraciones que en el anterior. —Mi odio a la tiranía brutal ejercida con los negros, puedo decir que nació con mi razón: jamás he variado de modo de pensar a este respecto. La idea de la completa emancipación de los negros, ha sido horas enteras el objeto que ha absorvido las facultades de mi alma.


«Poesías» (1840)

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