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EN LA MUERTE DE CANDELARIO OBESO

«¿No le queda al poeta todavía
El olimpo inmortal de su desprecio?»

¡Obeso! alguna vez la musa mía
            Pensando en tus dolores,
Supo dictarme aquella poesía,
Que acalló la profana vocería
Con que el vulgo humillaba tus amores.

Yo te llamé al camino de la gloria
            A tu ambición abierto;
Te mostré el cielo y te mostré la escoria,
Y el lazo de esta vida aleatoria
Donde tu pobre corazón ha muerto.

Aquella vez alzaste la cabeza
            Y brilló tu mirada
Con la soberbia luz de la grandeza,
Con la arrogante, varonil firmeza
Que hasta a las mismas penas anonada;


Y extendiendo tu brazo al infinito
            Azul del firmamento
Borraste un nombre en tu memoria escrito,
—Nombre ominoso ya, pero bendito—,
Para hacer el solemne juramento:

De luchar hasta el fin de la pelea
            Como leal soldado;
De ser como «El Herrero de la aldea» (1),
Que en el hierro que bate y que caldea
Hace brillar el pensamiento alado;

De dominar instintos y pasiones
            Con la razón por guía;
De arrostrar tempestades y aquilones;
De limar, trabajando, las prisiones
De esta cárcel de horror muda y sombría.

Y de cantar al fin en las alturas
            El secular hosanna
Del que depone, con las manos puras,
En la tumba las limpias vestiduras
Que llevó erguido en la tragedia humana...

¡Y ahora estás ahí!... Ya no pregona
            Tu lira de poeta
La excelencia y virtud de tu madona, (2)
Ni el perezoso ribereño entona
Los dulces cantos de tu Musa inquieta, (3)

Ni depuestos los bélicos arreos,
            En el combate ajados,
Buscarás nuevos lauros y trofeos
Trocando los cuarteles en liceos
Y enseñando la ciencia a tus soldados. (4)

Como tampoco escucharás las horas
            En el reloj tardías
Componiendo «Baladas y Doloras»;
Ni alegrarán tus lúgubres auroras
De «Otelo» las grandiosas armonías. (5)

¡Otelo... Sombra para ti sublime,
            Impiedad de los celos
Que el amor a Desdémona redime,
Serpiente silbadora que te oprime,
Que aprieta en sus anillos tus anhelos!...

El cantor de «La Lucha de la Vida», (6)
            El vigoroso y fuerte,
¿Por qué fue de su ser el homicida?
¿Quiso buscar para el dolor egida
En el tranquilo sueño de la muerte?

Saciado habrá los únicos rencores
            De su alma grande y buena;
Él no era de los nobles y señores
Y el parangón de razas y colores
Fue su constante y maldecida pena;

Como si en esa mísera crujía,
            Donde ya en paz reposa,
—En vasta y silenciosa compañía—
Hubiera otra sagrada jerarquía
Que el nombre que dejamos en la losa.

Y el que de humilde cuna se levanta
            Y con bellas acciones
El negro de su cutis abrillanta,
Ufano puede adelantar su planta
Al solio, á la tribuna y los salones.

Este próvido suelo colombiano
            Tiene un cénit inmenso,
Y hay para todo sol un meridiano,
Y para todo huérfano un hermano,
Y para todo altar el mismo incienso.


¿Por qué, feliz «constelación de ideas»,
            Huérfano gemebundo,
En el camino del honor flaqueas?
¿Por qué dejas las órbitas febeas
Para robarnos el calor de un mundo?...

¡Ah, si cumplido hubieras la promesa
            Que te recuerdo ahora
Con voz amiga y con el alma opresa,
Este reproche que en mis labios pesa
No avivara el dolor que me devora!

Mas el Destino te acechó cobarde
            Y en infernal celada
Te venció de su triunfo haciendo alarde:
La gloria viene demasiado tarde,
Y cuando llega... ¡se convierte en nada!

Hiciste tu querer: así te plugo
            Y el libre muere ufano;
¡Descansa en paz: ya no vendrá el verdugo,
De altar y trono so el protervo yugo,
A manchar tu cadáver con su mano!

autógrafo

Havre-1884
Antonio José Restrepo


Notas

Las estrofas en amarillo se omiten en la edición de las Obras Completas.

(1) Hermosa poesía de Longfellow traducida por Obeso, Rojas Garrido y otros poetas colombianos.

(2) «Lecturas para ti», floresta de composiciones literarias para la dama de sus pensamientos.

(3) «Cantos populares de la Costa», deliciosas imitaciones de los cantares de los bogas del Magdalena, cuyas aguas parece que murmuraran todavia:

          «Qué trijte qu'está la noche!
          La noche ¡qué trijte ejtá!
          Nu hay en er cielo una ejtreya...
          Remá! remá!...»

(4) Obeso se batió dignamente en «Garrapata» y otras batallas memorables en Colombia —excusado es decir que a favor de la libertad— y luego fue profesor de la Guardia colombiana.

(5) Obeso hizo una buena traducción del «Otelo» de Shakespeare y se extasiaba en aquella tragedia, cuyo protagonista él se fîngía.

(6) En este poema pintó Obeso, en versos magistrales, su propia lucha con la vida y su desesperaciôn amorosa. Al cabo de reflexiones profundas sobre el ser y el no ser, reflexiones que tal vez superan en intensidad al célebre monólogo de Hamlet, el protagonista se determina así:

          «¿Qué más espero aquí?... Colmóse al cabo
          La copa del dolor... ¿Por qué vacilo?
          ¡Salta en pedazos, corazon; bajemos
          De la nada al abismo!...»


Antonio José («Ñito») Restrepo

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