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CUENTO

  Érase un pueblo muy desgraciado
de cuyos lares huyó la paz:
en ese pueblo mandaba un indio,
que bien un indio puede mandar.

  Los padres curas de aquella tierra
atesoraban riqueza tal,
que su avaricia contó por cuentos
lo que lograron atesorar.

  Como es el oro en aqueste siglo
el dios que adora la humanidad,
los adoraban como se adora
al adorado Dios de Isaac.

  Pero aquel indio, que era un hereje,
quiso a los santos padres robar;
pero los santos ebrios de ira
colgar quisieron al indio audaz.

  Y regimientos y batallones
formaron ellos con su caudal,
para hacer guerra a los bandidos
que aquel bandido pudo formar.

  Y las legiones de los cruzados,
y las legiones de la impiedad,
en mil combates la sangre hicieron
correr, cual corre manso raudal.

  Y en los cadalsos y los combates
doquier sembraron negra orfandad;
en Haceldama trocóse el que era
rico de frutos campo feraz.

  Al fin el indio venció a los curas,
y al fin quedaron sin capital;
que al fin desnudos los dejó el indio
como nos pintan al padre Adán.

  Pero los curas vieron humildes
a un rey altivo de allende el mar,
y le rogaron que les mandara
un reyezuelo, por caridad.

  El rey altivo a un reyezuelo
mandó a aquel pueblo de Satanás;
dióle soldados, oro y bajeles
para que al indio pudiese ahorcar.

  Mas aquel indio, que no era tonto,
luego que supo que un Majestad
venía a su pueblo para colgarle,
dejó su pueblo sin vacilar.

  Ocupó el pueblo el rey parásito,
y fue un remedo de Alí Bajá,
y los curitas lanzaron ¡Hurras!
porque tuvieron corte imperial.

  Mas el tesoro los padrecitos
nunca volvieron a recobrar;
porque el monarca siguió las leyes
expropiadoras de su rival;

  pues aunque rubio el rey exótico
era sin duda hereje asaz,
y los curitas en la impotencia
lanzaron ayes por chasco tal.

  En tanto el indio desde muy lejos
al rey intruso mandó sitiar,
quien fue vencido en lid horrible
y prisionero cayó además.

  Como los indios nunca perdonan,
al prisionero hizo matar,
y su cadáver a otro monarca
mandóle en prueba de su piedad.

  La regia fembra del rey difunto
volvióse loca, loca de atar;
porque sus sueños se disiparon,
que son los sueños humo no más.

  Alegre el indio como aleluya
volvió su pueblo a gobernar,
y su privanza dióle a un jesuíta,
y en eso dicen que obró bien mal.

  Porque jesuíta que clava el clavo
queda al fin dueño de la heredad,
e indio y jesuíta forman, si se unen,
concubinato de Barrabás.

  Indio y jesuíta en el gobierno
hicieron tanta barbaridad,
que hasta los suyos se rebelaron
contra el gobierno de aquel Sultán.

  El pobre pueblo tembló medroso,
porque la guerra le hizo temblar;
pero el indígena hizo algo bueno:
murió, y su muerte volvió la paz.

  Y muerto el indio quedó el jesuíta
del indio muerto en su lugar,
y al pueblo humilde en un programa
prometió mucha felicidad.

  A la esperanza los corazones
abrieron todos con dulce afán,
y hasta los curas esperanzados
subieron todos a repicar.

  Pero el programa salió borrego
porque el jesuíta, sin amo ya,
sobre la tumba del indio exánime,
ebrio de gozo bailó un can-can.

  Después del baile se fue a la mesa
con apetito de Bato y Bras,
y en ella come, y come y come,
y come y come sin descansar.

  Al ver su gula todos gritaron:
«iMisericordia, Dios de Abraham!
Éste no es hombre, éste es un monstruo
que a todos juntos nos va a tragar».

  Cuentan que el cielo oyó benigno
de aquellos fieles plegaria tal,
y que entre nubes bajó del cielo
el milagroso San Baltasar,

  y que les dijo con voz tonante:
«Fuera temores, ¡voto á Caifás!
que si ese monstruo tragaros quiere,
mi lanza entonces lo evitará».

    .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .
    .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .

  Y sigue el cuento; pero es cansado
y me fastidia tanto contar,
que de fastidio me estoy durmiendo,
y mis oyentes se duermen ya.

Antonio Plaza Llamas


Antonio Plaza Llamas

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