IV
IFIGENIA CRUEL
Toas y el séquito. Suspensión entre los que llegan
y los que estaban presentes.
TOAS
Soy el rey Toas, de leves pies como las aves.
Como quien manda, olvido mis cuidados
por el oír el rumor que corre el pueblo.
Hecha de mar y roca, alta señora,
sacerdotisa que llevas la clava
desde que el cielo apedreó a la tierra
con el poder de la nocturna Diosa
—Díctina de la selva, hija de Leto:
Prepárense los vasos y los cestos,
y arda el fuego de la salsa mola;
echad el llanto, hombres oscuros:
la Diosa no perdona.
Ejércitos de abejas amarillas
aplaquen —cediendo miel— las tumbas.
Iras de inmortales reclaman
la miel salobre y roja de otra ofrenda.
IFIGENIA
Oye la voz de tu sacerdotisa,
rey de nombre de ave:
éstos me vencieron sin manos
y me ataron con la amenaza.
No los quiere la Diosa; traen a cuestas
el nombre que he perdido.
TOAS
El nombre que tenías lo has perdido en el mar.
IFIGENIA
Éstos, del fondón de los mares
llegan, vomitados de olas.
TOAS
Náufragos son, ley igual los condena.
IFIGENIA
Ley que un hombre trazó y otro quebranta.
TOAS
Escrita está en las plantas de Artemisa.
IFIGENIA
—Qué es superior a ella y con los pies la pisa.
TOAS
¿Qué pretendes?
IFIGENIA
Que hablen.
TOAS
Hablad, hombres oscuros.
Alfonso Reyes
Incluido en Constancia poética (1959). III. Ifigenia cruel [1923]