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Niña de greyes delicadamente doradas,
niña obsesión de la cigüeña virgen
con mechones de pluma de damasco
que salpicaban muerte,
de la cigüeña loca con alones
de estricnina dorada
que viajaba dejándote un corpóreo perfume,
un pulcro olor a lilas, y a dorados y rudos sueños.
Niña que obedeció al autillo apóstol
y a la mirada turbia de los ojos reales,
con pueriles dibujos de Selene y demás.
Niña de inexistente concierto,
niña de crueles sonatinas y malévolos libros de Tom Wolfe,
o de encajes de brujas para vendar las llagas de los corzos heridos,
de ciervos vulnerados asomados en los oteros místicos,
en los sitios así.
Niña pluscuamperfecto, niña que nunca fuimos,
dilo ahora,
dilo ahora tú, ahora que es tan tarde,
pronuncia el torvo adagio,
pronúnciame la lágrima,
la silueta morada de la yegua,
la del potro que se tendió a tus pies despertando la espuma.
Declama abandonada las palabras de antaño,
sombra de Juan Ramón: Soledad, te soy fiel.
Declama desdeñosa las palabras de antaño,
pero no aquella estrofa cortesana,
no hables de reinas blancas como un lirio,
nieves, y Juana ardiendo,
y la melancolía entretejida
del querido Villon,
sino los verbos claros donde poder beber el líquido más triste,
jarros de mar y alivio, ahora que ya es tarde,
alza párvula voz y eco albacea y canta:
Dile a la vida que la recuerdo,
que la recuerdo.


Definitivamente se extravía en un bosque naciente esta muerte pequeña,
el brote del cometa detenido,
esto que nadie salva,
joven volcán de huesos y ráfaga novicia
hecha de pájaro y de párpado y de ola pensante
que ningún libro estofado de oro solar de Italia,
ningún libro de lava
viene a sellar por mí.

Y así la muerte tantas veces escrita
se me vuelve radiante,
y puedo hablar
del deseo y del lacre rubio y ciego en los faros,
del cadáver quimera de la tripulación.

Y así la muerte
se convierte en historia
de aquella niña muda que se ahorcó
con las cuerdas boreales del arpa
porque tenía en la lengua un veneno nupcial.

Definitivamente me extravío acunando camadas de raros epitafios,
niña de grey dorada,
diré a la vida que la recuerdas,
que recuerdas sus líneas conjurando tu sombra,
que recuerdas sus hábitos y su carácter solo,
su laurel ácido, su profunda zarza, su descarado error y sus hordas dolidas,
mientras gatos efesios van llorando a mis pies,
mientras gatas perdidas plateadas
van cuajando su alcurnia en ciprés genealógico y en álamo,
diré a la vida que te recuerde,
que me recuerde,
ahora,
cuando me alzo con cuerdas capilares y bucles
hasta el desastre de mi cabeza,
hasta el desastre de mis veinte años,
hasta el desastre, luz quebrantahuesos.

autógrafo
Blanca Andreu


«De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall» (1981)

inglés Translation by Amparo Arrospide & Robin Ouzman Hislop

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