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EROS

Hoy vengo, dulce dueño,
A arrojar a tus plantas
Flores del corazón. Si aroma esparcen,
Es porque al riego de tu amor brotaron.
¿Cómo no amarte con amor del alma,
Si tú eres para mí la fuente viva
De donde manan en raudal perenne
Las claras ondas de sin par ventura?
¿Cómo no amarte, si al sentir concordes
Tu espíritu y el mío,
Algo de eterno dentro el alma siento,
Y aun me parece, en solitarias horas,
Recibir en la frente
Tenues caricias de invisibles alas?

No soy de aquellos que al surgir al mundo
Las dulces musas con amor besaron,
Difundiendo en su ser esa armonía,
Esa oculta virtud que doma y rinde
Lo intangible y real, y en lazo de oro
Los liga, alzando la creada imagen
Coronada de luz y de hermosura;
Mas lo que no hizo la deidad sagrada
Que holló del Pindó la radiante cima,
Lo realizó tu amor, la eterna Musa
Que derrama en mis cantos
El suave aroma que en tu ser se encierra.
Lo hiciste tú con tu mirar sereno,
Limpio reflejo de la luz que enciende
Tu corazón de virgen:
Con tus palabras para mí más gratas
Que esa vaga armonía con que el viento
Suena en las ramas, al morir la tarde.

Entonces escuché brotar sonora
La voz, antes no oída,
De la inmortal Naturaleza; entonces
De la alta estrella, y de la errátil nube
Y del clamor con que en el ancho Plata
Suelen las olas avanzar rugiendo
Su ira a estrellar en mi natal ribera,
Un mundo desprendiose de armonías.
Donde línea y color y ritmo unidos
A férvido sentir, a excelsa idea,
En hermandad sublime
La presencia de un Dios me revelaban,

Tu tierno amor cual generosa y amplia
Onda de luz se derramó en mi mente,
Y fue mi corazón acorde lira
Donde eco y forma halló el eterno ritmo.
¡Inefable emoción, engendradora
De briosa virtud y alto deseo!
Rica de savia nueva
El hombre siente rebullir la vida,
Y, lleno el pecho de viril constancia,
Al mundanal combate se apercibe,

Y ni duro revés, ni arduos afanes,
Ni sirtes mil su intrepidez doblegan,
Que, vencedor, una mirada ardiente
De su amada feliz le aguarda en premio.

¡Cómo anhelé que tu adorada planta
El lauro hollara a mi laúd ceñido!
Y ¡oh cuántas, cuántas veces
Vino mi oído a regalar suave,
En ondas vibradoras
De alto loor y de ruidoso aplauso,
Tu dulce nombre entrelazado al mío!
¡Engañosa ilusión! Al ave humilde
De corto y débil vuelo,
Nunca el cóndor audaz prestó sus alas,
Ni alcanzó a la orgullosa
Copa del roble el vacilante junco.
Mas si dado no me es los ricos dones
Aunentar, que Fortuna
Con mano avara y desigual reparte,
Amor es vena irrestañable, y siempre
Rueda sonoro derramando aromas.
¡Feliz si puedo de tu amante labio
Verle perenne desprenderse, y lejos
De cuanto el mundo en su delirio ensalza,
Mi corona tejer con tus sonrisas!

Todo me habla de ti. La flor que entreabre
Su vivida corola; el aura leve
Que en torno gira; la onda rumorosa
Que entre menudos céspedes resbala,
Y aquella de la tarde
Voz íntima y profunda,
Que de un vago anhelar llena la mente,
Cuando el último beso
Naturaleza de la luz recibe:
Tráenme, envuelto en delicado aroma,
Tu nombre y tu recuerdo.
En la alta noche.
Cuando, huésped benigno,
Sobre el mundo infeliz vela el silencio,
Y derramado ejército de estrellas
Relumbra en chispas por el éter vago,
Yo siento que tu imagen
Llena todo mi ser, radiante y viva
Ella aparece en cuanto objeto hermoso
Mis ojos ven, y en ondas de ternura
Inundándome el alma, en ella, rica,
La flor de luz de mis ensueños brota.

Otros en pos de fútiles quimeras
A la arena del mundo
Enderecen sus férvidos corceles;
Sorprender quieran con tenaz porfía
La verdad insondable.
Que de ellos huye cual las frescas aguas
De la boca de Tántalo sediento;
Y, en ansia ardiente de ligeros goces.
Viles arrojen su mejor diadema
A las plantas de estólido magnate:
Yo anhelo ver la generosa lumbre
Del sol, que el mundo y tus cabellos dora,
Y aquella, aun más pura,
De tu amante mirar, a cuyo influjo
Mi espíritu se impregna
De olor de rosas y armoniosos cantos.

¡Todo está en ti mi corazón, que al ritmo
Late, oh amada que tu mente rige!
Y cuando vago de tu luz distante,
Tus recuerdos en él vivos fulguran,
Como, al hundirse el sol, bordan los astros
El manto oscuro del tendido cielo.
¡Tuya mi lira es! Tuyo su limpio
Aunque modesto son; y cuando envuelta
En velos funerarios,
Orne en silencio mi olvidada tumba,
Aun al herirla gemebundo el viento
Entre sus cuerdas vagará tu nombre.

1882

autógrafo

Calixto Oyuela


Calixto Oyuela

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