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ELEGÍA
EN LA MUERTE DE LEÓN XIII

La cristiandad, velada
En duelo universal, la frente inclina
Ante la tumba del glorioso padre
Que ya al Puerto de Luz no la encamina.
De la más alta cima de la tierra
Descendiendo lumbroso al occidente,
Rodó a la eternidad. No pudo el siglo
A la muerte rendir mayor tributo
De grandeza y virtud. Con honda herida,
De rodillas, y en ruego y llanto, y luto,
Tiembla el orbe cristiano,
Cual si se helara en él aliento y vida
Al desprenderse de su augusta mano.

Aún contemplarle creo,
Encamación de un ideal deseo,
En su nívea luciente vestidura,
La visión de lo eterno en la mirada,
Y vagando en sus labios dulce y pura,
Como santa divisa,
Aquella luz de su inmortal sonrisa,
De amor e inteligencia al par formada.
Al verle, parecía
Que de mística esfera
Un resplandor celeste descendía
Sobre esta tierra que el dolor impera.
Él orlaba su frente,
Él inspiraba su palabra santa,
Y semejaba, al escuchar su acento,
Que iba a arder en gloria el firmamento,
Y el suelo a florecer bajo su planta.

Fue para el mundo aroma y armonía,
Y fuerza fue también: la más hermosa,
La que en la idea y la virtud reposa,
La que es del infeliz sostén y amparo,
La que en la vida es eminente faro
Que al Sumo Bien entre tormentas guía.
El sol de su elevado pensamiento
Regó de claridad los vastos campos
Donde entre sombra y lampos
Combate hoy la humana inteligencia
Con ímpetu violento.
A lo más hondo su mirada alcanza,
Es al error inquebrantable roca,
Y vuelan de su boca,
Alondras, la Verdad y la Esperanza.
Potentes de la tierra,
Reyes y emperadores,
Encienden su corona en los fulgores
De la alta luz que el vaticano encierra.
Y algo más grande: la vital corriente
Que de todos los ámbitos del mundo
En incesante curso se dilata,
Su sagrado poder sumisa acata,
Y con profunda fe y amor profundo
Va a prosternarse en Roma reverente.

¡Oh Italia, de la gente
Latina, oriente y luz! ¡Genial señora,
De toda noble mente educadora,
Reina del sentimiento y la armonía!
Contigo el orbe llora
Tu excelso hijo, a quien por Padre aclama,
Y venturosa en tu dolor te llama,
Que en esta edad mezquina y sin alteza,
Con brío soberano
Aún sabes engendrar tanta grandeza,
Divino sello del linaje humano.
Y si hoy, rica de savia, hermosa y fuerte,
En tus soberbios lindes seculares
Celebras nueva alianza con la suerte,
Y te fecunda el beso de tus mares;
Por Roma Eterna y la Sagrada Silla,
¡De León por el grave ministerio,
De región en región tu nombre brilla,
Y aún riges en el mundo un grande imperio!

Sonó la fatal hora
En la que al peso de alta edad rendido,
León depuso el terrenal vestido,
Y rompió para él la eterna aurora.
¡Qué majestad en su serena muerte!
¡Y cómo quiso, en el momento extremo,
Tomar una vez más al canto amigo,
Cual solo digno intérprete y testigo
De su esperanza, y de su adiós supremo!
¡Unión grande y feliz! ¡Sublime abrazo
De santidad, de genio y poesía,
De la severa muerte en el regazo,
Y ante la eternidad, que se entreabría!
Clavó su vista de águila en el cielo,
Vibró solemne entre sus labios de oro
El cántico sonoro,
Y desplegó hacia Dios su inmenso vuelo!...

¡Padre! Tu sombra amada
Habitará perenne en la memoria
De la humana familia,
Viuda de tu grandeza y de tu gloria.
De la etemal morada
Que hoy te acoge con himnos de victoria,
Cual triunfador en la mundana guerra,
Vuelve a nosotros tu mirada amante,
Traiga tu bendición celeste brisa,
Y note y brille siempre tu sonrisa
Cual símbolo de paz sobre la tierra!

Julio de 1903.

autógrafo

Calixto Oyuela


Calixto Oyuela

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