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POR LOS CAMINOS

Bajo un mundo de ensueños abrumados los hombros,
por todos los caminos, de un asombro a otro asombro.

Por sendas que no alegran azucenas ni nardos,
como un rey consagrado con corona de cardos.

Y sangrarán mis plantas una huella muy larga,
y la verán mis ojos con alegría amarga.

Y será como un río, como un río fecundo,
donde se purifique todo el dolor del mundo.

Gris, fatigosa, eterna, como la vida, sube
la senda, hasta fundirse con la cima y la nube.

—Envueltos en la inmensa claridad deslumbrante,
más allá del cansancio y el dolor, ¡adelante!

Plenos de la infinita vida que nos circunda,
recogidos y graves como una mar profunda.—

Mira los campos, mira su vida hecha verdor,
más dura y más intensa donde hubo más sudor.

Mira los campesinos, vuelta la espalda al cielo.
sobre la tierra en una larga actitud de duelo...

—Tierra-Madre que nunca se cansa en sus amores
de parir alegrías y amamantar dolores...—

Y al buey, que lleva el peso del yugo en el testuz,
duro como el oprobio glorioso de la cruz;

Tardo, lento, indeciso, porque nadie lo espera;
muerto para la inmensa voz de la primavera...

Mira por los caminos los asnos cenicientos,
las orejas tendidas hacia los cuatro vientos.

Míralos cómo pasan con andar peregrino,
bajo un cielo de ensueño, por el largo camino.

Y los pájaros locos, que desprecian el suelo,
y al tocarlo en su vuelo, le dan algo del cielo.

Mensajeros del polen, creadores del trino,
alegres y ligeros como un sorbo de vino.

Y la fuente que piensa, y el arroyo que canta,
como lima en la roca, como beso en la planta...

Mira el río que trae resplandores de lumbre,
candor de ventisquero, y amor de sol y cumbre.

—Ansia de la montaña que hasta el mar se dilata;
amor inmaculado, con alburas de plata.—

Álamos que se yerguen en un éxtasis santo,
donde las brisas quiebran el cristal de su canto.

Altos álamos, tensos como un brazo hacia el cielo,
que orando por la tierra, le dan sombra y consuelo.

Álamos, faros, cruces, amor del peregrino:
¡oración de la tierra y gracia del camino!

                        * * *

¿Amada, ves?... Se atrista la campiña silente,
el río se hace turbio y el camino doliente.

Los árboles se tuercen, agoniza la fuente,
y se alejan las aves desesperadamente.

Y entre la niebla trémula de la ciudad lejana,
como un grito de angustia la voz de la campana...

¡Mujer amada, juntos! ¡A vencer el destino!
La esfinge nos espera, sentada en el camino;

Hay voces que nos gritan desde la sombra inerte;
¡pero nosotros somos más fuertes que la muerte!...

autógrafo

Carlos R. Mondaca


«Por los caminos» (1910)

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