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NOCTURNO DEL MAR AMOR

Volver a decir: ¡el mar!
Volver a decir
lo que no puedo cantar
sin el corazón partir.

Lo que con sólo pensar
la dulce lengua salé
y al callar
cárcel de espumas sellé.

Noche de naves ancló
y en mi corazón caí.
Lo que desapareció,
ya está aquí.

Vivía un reflejo verde
que enrollaba el agua oscura.
Yo sé que el amor se pierde
junto a la noche más pura.

¡Ay de mi vida!
Puesta a lo largo del mar
sólo le queda mirar
un paisaje con herida.

Media noche fue en el cielo
que una nube fue a traer.
Pérdida de todo vuelo,
tiempo sangrado al correr.

En sombrías sonajeras
el agua su aire mojó
y oleajes desenrolló
ronca de angustias postreras.

Toda la noche a los cielos
mi corazón fui a llevar
por destruir un estelar
horario de desconsuelos.

Entre los dos viva muerte
secamente retoñó
y la luna la enyesó
con calmas de mala suerte.

¡Voces inútiles siempre!
Cuanto en el alma tajé
pudrió la noche septiembre
como quien rompe un quinqué.

Tu perfil en el espacio
pájaros sonidos daba
y el dolor de lo que acaba
puso el mar en tiempo lacio.

Toda la noche la cita
fue munendo de amargura.
Llorar era una llanura
desde una tarde infinita.

Casi un año, y el puñal
intocable y solitario
gotea el aniversario
con silencioso caudal.

Bella columna sonora,
tu caída partió en dos
la gloria de un semidiós
retocada por la aurora.

Volver a decir: ¡el mar!
Volver a decir
lo que no puedo cantar
sin el corazón partir.

Junio trajo tu recuerdo,
sin querer.
Así gano lo que pierdo
moviendo mi oscurecer.

Junio y el mar tropical
descendido a oscuridades,
soledad de soledades
todo el olvido naval.

Abro el cielo y cuelgo estrellas.
Y aguas con luces remotas
esclarecen mis derrotas
moradas sobre sus huellas.

Puse en sus manos el mar
y del azul rebosante
todo un día declinante
quisiste desembarcar.

Pensar en ti será siempre
la dicha de haber vivido
cerca de ti, tan herido
una noche de septiembre.

Dije al mar: tu sangre es mía.
¡Cuánta amargura en el canto!
(Si fuera por lo que canto,
todo el mar me ceñiría).

Surge una nube, y la nave
sobrenada; silenciosa,
se distribuye la rosa
de los vientos en que cabe.

¡Ay de mí, ay de la mar
que saló en el horizonte
la esperanza de algún monte
donde lo azul encontrar!

Porque lo azul de la mar
es la distancia del cielo,
la entonación de un pañuelo
que se ha dejado llorar.

Y lo azul en lejanía
monte montaña será
soledad de poesía,
donde la noche vendría
sin sombra de lo que está.

Digo —y aquí me despido—
con sonoridad ligera,
que esta voz que nunca cuido
—nomeolvides, no me olvido—
cruce cada primavera
siempre fiel a lo que ha sido.

Con sonoridad ligera,
siempre fiel a lo que ha sido.

1944.

autógrafo

Carlos Pellicer


«Subordinaciones» (1949)

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