POEMA XXXVII
Ayer me bañé en el río.
El agua estaba fría y me llenaba el pelo de hilachas de limo y
hojas secas.
El agua estaba fría; chocaba contra mi cuerpo y se rompía
en dos corrientes trémulas y oscuras.
Y mientras todo el río iba pasando, yo pensaba qué agua
podría lavarme en la carne y en el alma la quemadura de un beso
que no me toca, de esta sed tuya que no me alcanza.
Si dices una palabra más, me moriré de tu voz, que ya me
está hincando el pecho, que puede traspasarme el pecho como una
aguda, larga y exquisita espada.
Dulce María Loynaz de Castillo