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EL CONDE DE VILLAMEDIANA
ROMANCE TERCERO
EL SARAO

Mientras que la Monarquía
Se desmorona, y el borde
Toca de una sima horrenda,
Duermen en pueriles goces,

Entre placeres se aturden,
Deleites sólo conocen,
Sin cuidarse del peligro,
El Rey de España y sus nobles.

Así una casa se quema,
Así desdichas atroces
Sobre una Infeliz familia
El ciego destino pone;

Y en tanto el imbécil ríe,
Duerme el embriagado joven,
Y el niño con sus juguetes
Es el más feliz del orbe.

Si alegre fué todo el día
Con públicas diversiones,
Con saraos y luminarias
No lo fué menos la noche.

El pueblo las anchas calles
En gozosas turbas corre,
Para ver iluminadas
Las casas de los señores.

En las plazas principales
Suenan músicas acordes,
Y farsas se representan
Del Rey celebrando el nombre.

        * * *

Del palacio del Retiro
Llenos están los salones
De todo el fausto y la ga1a
Que son honra de la corte.

En los soberbios jardines
Brillan vasos de colores,
Que en el estanque reflejan
Formando guirnaldas dobles.

Un gran fuego de artificio
Las densas tinieblas rompe,
Y rastros de luz envía
A las celestes regiones:

De los rayos que le lanzan
Los nublados tronadores,
Dijérase que la tierra
Se estaba vengando entonces.

Varias encendidas ruedas,
Girando luego veloces
En atmósfera de chispas,
Parecen mágicos soles;

Mas pronto en huecos tronidos
De humo blanco alzando un monte,
Se disipa, y desaparece
Aquel gigantón enorme

De luz, que ofuscó 1os astros,
Y que deslumbró a la corte
Como trasunto o emblema
Del orgullo de los hombres.

En el salón de los reinos,
Donde el trono de dos orbes,
De oro y terciopelo, estriba
En colosales leones,

El Rey está con las damas,
La Reina con los señores,
Y chocolate y conservas,
Y helados pasan en orden,

En mancerinas de oro
Y en bandejas, cuyos bordes
Lucientes piedras adornan
En caprichosas labores.

En seguida se bailaron,
Al compás de alegres sones,
Las folías y chaconas,
Y aun zarabandas innobles.

De cada señora al lado
Sitio un caballero escoge,
Y en un cojín, para hablarle,
La rodilla, izquierda pone.

Allí en animados grupos
Lo más rico y lo más noble
De Madrid y España asiste,
Y extranjeros de alto porte.

Estaban, pues… ¿De qué sirve
Que el tiempo perdamos, nombres
Ya olvidados repitiendo,
Y que alcanzaron entonces

Boga por riqueza y sangre,
Mas que hoy ya nadie conoce?
De conocidos hablemos,
De amigos, nuestros hombres

Que aun los vemos y tratamos,
Aunque ha dos siglos que esconde
Sus cenizas el sepulcro,
Sima que todo lo sorbe.

        * * *

En un lado de la sala
Estaba el famoso Lope,
El Fénix de los ingenios,
Con el cabello y bigote

Blancos como pura nieve,
Y al través se reconoce
De sus clericales ropas
Que fué guerrero de joven.

La insignia adorna su pecho
de la hospitalaria orden,
Y el fuego brilla en sus ojos,
Que hace a los mortales dioses.

Con él habla un caballero,
Cabeza gorda, deformes
Los pies, de negro azabache
Melena y barba, mas noble

Aspecto; diciendo chistes
Está, y resuenan conformes
Carcajadas, y aun aplausos,
En cuantos hablar le oyen.

Es Don Francisco Quevedo,
A quien un clérigo, torpe
Ya por la edad, ceceando
Y con malicias responde.

Ser el tal pronto se advierte
Son Luis Góngora y Argote,
Del nuevo estilo de moda
Inventor, columna y norte.

El padre Paravicino,
Que de sabio alto renombre
Goza, y a Madrid encanta
Por sus peinados sermones,

También es del corro; y luego
En él ufano ingirióse,
Aun tan niño que en sus labios
Ni bozo se ve que asome,

Don Esteban de Villegas,
Español Anacreonte,
En versos cortos divino,
Insufrible en los mayores.

En una pausa del baile,
De Villamedian el Conde,
Que ha danzado con la Reina,
Alargó la mano a Lope,

Y como ingenio de marca
Entre los otros mostróse.
Acaba de publicarse
Su poema de Faetonte,

En aquel tiempo un prodigio,
Que hoy tiene apenas lectores;
Obra de perverso gusto
Y de hinchados clausulones.

Góngora, que, envanecido,
Un adepto de alto nombre
Ve en tan claro personaje,
Sus encomios prodigóle.

Y todos 1e celebraban,
Aunque yo decir no ose
Si sus versos aplaudían
O su favor en la corte.

Don Francisco Manuel MeIo,
En quien se juntan los dotes
De historiador y poeta
Con los bélicos blasones,

Allí está, aunque taciturno;
Sin duda abriga temores
De que el Duque de Braganza
Su osado intento no logre.

El gran Don Diego Velázquez,
De pinceles españoles
Gloria, también conversaba
Con tantos famosos autores;

Pero lo que dicen ellos
Parece que apenas oye,
Porque de Rubens los cuadros
Con gran encanto recorre;

Y en aquel retrato ecuestre
Del Emperador, en donde
Apuró Ticiano el arte,
Los ojos árabes pone.

También el Rey un momento
Afable al corro acercóse,
Hablando de una comedia
Que salió al público entonces,

Y cuyo autor se nombraba
Un ingenio de esta corte,
A la cual, aunque por cierto
Era un disparate enorme,

Todos dieron mil elogios
Y de portento renombre,
Pues que es obra del Rey mismo
No hay en Madrid quien ignore.

Ya muy tarde entró en la sala,
Saludos y adulaciones
Recibiendo del concurso,
Con aire altanero y noble

El Conde-Duque ; se llegan
Los Grandes y Embajadores
Para hablarle, el Rey Felipe
Con gran cariño le acoge;

Y con él, y con el Nuncio
Y un milanés, enredóse
En importante coloquio,
Que su atención regia absorbe.

        * * *

La Reina, que en gallardía
A todas se sobrepone,
Y cuyos hermosos ojos,
Brillantes como dos soles,

En Villamediana tuvo
Clavados toda la noche,
Viendo al Rey y al favorito
Con aquellos dos señores

Extranjeros en consulta,
Que ha de ser larga supone
La conversación, notando
Que hay vivas contestaciones.

Mas atenta, al Conde mira,
Le hace una seña, y veloce,
Aunque con gran disimulo,
De la sala retiróse,

De una danza numerosa
Que empezó la gente joven
A enredar, aprovechando
La confusión y el desorden.

Conoció al punto la seña
El favorecido Conde,
Que amantes favorecidos
Las más pequeñas conocen.

Pero no son ellos solos;
También ay! de ellas se imponen
Los celosos...El Monarca
La seña fatal recoge.

A salir Villamediana
Siguiendo su amado norte,
Iba por distinto lado
Del salón, cuando turbóle

El ver al Rey furibundo,
Que con miradas atroces,
Ojos cual los de un fantasma,
En él sin quitarlos pone.

Sobrecogido, de mármol,
Ni a dar un paso atrevióse,
Y trabó, disimulando
Un altercado con Lope.

autógrafo

Duque de Rivas


«El conde de Villamediana»

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