anterior   aleatorio / random   autor / author   inicio / home   siguiente / next

EL ALCÁZAR DE SEVILLA
ROMANCE QUINTO

Diz que el ver sangre embravece
Al tigre con tanto extremo,
Que prosigue los destrozos,
Aunque ya esté satisfecho

Su vientre, porque se goza
En teñir de rojo el suelo.
Sin duda, al Rey de Castilla
Le sucedía lo mesmo.

En cuanto vió a Don Fadrique
Desplomarse en tierra yerto,
Corrió por palacio todo
Buscando a, sus escuderos,

Que, trémulos y amarillos,
De aposento en aposento,
Huyen, sin hallar amparo,
Corren, sin hallar un puerto.

Por dicha logró fugarse
O esconderse el uno de ellos;
Sancho Villegas, el otro,
No fué tan feliz o diestro.

Viendo que el Rey le persigue,
Entróse de espanto muerto,
Donde estaba la Padilla
Desmayada y en su lecho,

Asistida por sus damas
Que están temblando de miedo,
Y con sus niñas al lado,
Angeles en alma y cuerpo.

Mirando allí el infelice
Aun perseguirle el espectro,
Que en asilos no repara,
Coge en sus brazos de presto

A Doña Beatriz, que apenas
Cuenta seis años completos,
Hija por quien el Rey tiene
El más cariñoso extremo.

Pero ¡ay! de nada le sirve...
En vano allá en el desierto
Con la cruz santa se abraza
El peregrino, si recio

Brama el Sur, si arde el espacio,
Si olas de arena, creciendo
Mar espantoso, confunden
La baja tierra y el cielo.

Con la niña entre los brazos,
Y de rodillas, el pecho
Traspasóle furibunda
La daga del rey Don Pedro.

Cual si no hubiese en palacio
Nada ocurrido de nuevo,
Se asentó el Rey a la mesa,
Como acostumbra, comiendo.

Jugó en seguida a las tabias,
Salió después a paseo,
Fué a ver. armar las galeras
Que han de ir a Vizcaya luego;

Y en cuanto cubrió la noche
Con, su manto el hemisferio,
Entró en la Torre del Oro,
Donde tiene en un encierro

A la linda doña Aldonza,
A la cual del monasterio
De Santa Clara ha sacado,
Y a la que idolatra ciego.

Fué un rato a hablar en seguida
Con Leví, su tesorero,
En quien tiene su privanza
Aunque es un infame hebreo,

Y muy tarde retiróse,
Sin más acompañaniento
Que un moro, su favorito,
Hombre bajo, por supuesto.

Entró en el tranquilo Alcázar,
Llegó al vestíbulo excelso,
Y en él paróse un instante
La vista en torno moviendo.

Una lámpara pendiente
Del artesonado techo
En derredor derramaba
Ya sombras, y ya reflejos.

Entre las tersas columnas
Dos hombres de armas, dos negros
Bultos paseaban solos,
Vigilantes y en silencio;

Y en tierra aun tendido estaba,
De un lago de sangre en medio,
El maestre Don Fadrigue
En su roto manto envuelto.

Se acercó el Rey, contemplóle
Con atención un momento,
Y notando que no estaba
Del todo su hermano muerto,

Pues aun respiraba acaso
Palpitante el hondo pecho,
Le dió con. el pie un empuje
Que hizo estremecer el cuerpo;

Desnudó la aguda daga,
Al moro la dió, diciendo:
«Acábalo», y, sosegado,
Subió y entregóse al sueño.

autógrafo

Duque de Rivas


«El Alcázar de Sevilla»

inglés Translation by James Kennedy

subir / top   poema aleatorio   siguiente / next   anterior / previous   aumentar tamaño letra / font size increase   reducir tamaño letra / font size decrease