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A MEDIA VOZ

Cuando al recuerdo de tu amor me asomo
te miro como en épocas pasadas
rubia y con ojos de amatista como
la princesita de los cuentos de hadas.

Tienen nuestras difuntas alegrías
el vago aroma de las rosas secas
quizá ya no recuerdes que otros días
cuando yo era tu novio, me querías
acaso un poco más que a tus muñecas.

Tus ojos eran hondos y serenos
tus manos trascendían a azahares
y a nardo; las palomas familiares
iban a refugiarse entre tus senos.

Por la virtud lustral de tus acentos
y a la luz de tus ojos augurales
de una inmensa bondad, mis pensamientos
se vestían con linos virginales.

Y te quise, te quise sobre todas
mis adoradas. Y soñé que un día
mi mano amante en tu anular pondría
el anillo de oro de las bodas.

Y creí escuchar bajo el sonoro
azul de mis mañanas provinciales
vibrar los bronces, del reír de oro
en un coro de cánticos nupciales.

Y hoy, ya lo ves, la vida nos separa;
pero la luz de tu recuerdo, fija
vivirá siempre en mi memoria avara,
al modo de una mágica sortija
bajo el cristal azul de una agua clara.

Eduardo Castillo


«El árbol que canta» (1928)

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