EL HERMAFRODITA
A Samaín
Cabe el sinfónico archipiélago
En donde albean como cisnes
Las islas, sueña el bello andrógino
Enguirnaldado de jazmines.
Vago sopor flota en sus ojos
—crisoberilos increíbles—
Y en su armonioso cuerpo, dúctil
Como el cuerpo de los reptiles.
Sus finos flancos y sus senos
Duros y eréctiles de virgen
Hacen pensar en besos raros
Y en himeneos imposibles.
Monstruo exquisito y sobrehumano
De sangre azul y gracia insigne,
Nació en los cielos superiores
De los arquetipos sutiles.
Perverso hechizo decadente
Hay en sus labios que sonríen
Ambiguos, con sonrisa hermana
De la fatal noche sin límites.
Y en sus cabellos, semejantes
A los racimos de las vides,
Y en su cuerpo de gracia equívoca,
Sus oros trémulos deslíe,
El resplandor del sol pagano,
Que lo engendró, radioso y triste,
De tu espuma de oro, belleza,
Superaguda e inasible.
Eduardo Castillo