SOLEDADES
Todas las soledades —grises víboras— muerden
la duda que taladra mis sienes abatidas.
Nadie finge camino en torno de mis plantas
que repliegan, medrosas, su impulso derrotado.
¡Soledad de mi frente1 Un residuo de sueños
la empolva de ceniza.
—¡Qué siniestra bandada de ideas en delirio
entrega al huracán su pálido plumaje!—.
¡Soledad de mis labios! Escondida zozobra
de los besos en flor que no abrasa el estío,
nostalgia de capullo condenado a vivir
su eterna adolescencia.
¡Soledad de mis manos! Inefable tortura
del gesto que se duerme en trance de caricia.
¿Para qué la ansiedad que entreabre mis palmas
si adhieren a su curva inútiles vacíos?
Soledades que cercan con límites de hierro
la expansión luminosa y frágil de mi vida...
¡Rompe tú las amarras que me retienen, muda,
en el hueco sombrío de mi rincón doliente!
Ernestina de Champourcín