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CARTA A SAN JUAN DE LA CRUZ

La fuente mana y corre igual que lo dijiste:
igual que lo aprendí al comenzar mi tiempo.
Y hoy vine a recordarlo en este lugar tuyo,
el único lugar que vive en mi distancia.

La fuente... nuestra fuente. Y esas piedras doradas
y esas torres en fuego. Amor de piedra y sol
encontraste en la ermita, en el ciprés audaz
que acecha lo infinito.

Contemplé la vereda que hollaste tantas veces
para buscarle a Él...
a ese Todo implacable que abrasa y resucita.

Tú no tuviste miedo: miedo a amar desde nada
hasta lo más profundo.
Miedo a dejar de ser por ser enteramente,
a abandonar lo fácil, lo breve, lo mudable.

¡Quién tuviera el valor total que te sostuvo!
Seguir la trayectoria, ajeno ya a uno mismo;
ese arrojo empeñado en no apoyarse en nada,
en caminar a ciegas, tras una llama oscura.

Y ahora en el hechizo de esta luz del poniente
que irradia poco a poco su frialdad en mi cuerpo,
he venido a pasar un minuto contigo,
a recordar de nuevo nuestra amistad ya antigua.

Qué bien hallada estoy, aquí, junto a esta losa
que cubrió tus despojos en tierra segoviana.
Lo que ya no eras tú se detuvo un momento
y busco ansiosamente rescoldos de tu sombra.

¡Lejanía de cúpulas, cimborrios, campanarios!
¡Qué festival de oros amortajando al día!
Mis ojos en la meta que tú y yo conocemos.
Y el ciprés de tu ermita
remate de la senda que ya nadie recorre.

¿Por dónde llegarías al dialecto refugio?
¿O es que abriste el atajo con tus propias pisadas?
No supieron decirme de qué lado subiste.
Tú me lo hubieras dicho. —y me lo estás diciendo,
hace ya muchos años.—

Si no he llegado aún, la culpa es sólo mía,
porque algo me retuvo en la mitad del monte.
Sin embargo, ya he vuelto: mírame en tu paisaje,
en tu anhelo profundo que yo hice mío siempre.

«¡Apártalos Amado!». -Ir de vuelo soñándole
buscándole, dejando la carne en el camino.
Así llegaste tú. Así llegaré un día:
ese día cercano que nunca será noche.

Enséñame a ir de prisa inventando la ruta.
Carrera contra el tiempo llaman a eso ahora
y carrera de Amor yo bien lo llamaría...

Vuelo corto si voy caminando yo a solas;
vuelo largo, tendido, de alcance inalcanzable,
si como tú me dejo despojar de lo mío
y Otro vuela por mí inagotablemente.

Tu sepulcro en Segovia. ¡Qué mármoles superfluos
te rodean y ciñen? Pero yo solo he visto
al Amado allí cerca acunándote el sueño:
luz tuya, mía, nuestra, eternamente insomne.

autógrafo

Ernestina de Champourcín


«Cartas cerradas» (1968)

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