PARA LAS RUINAS DE LA TIENDA
No la muerte concreta, sino la imaginada
muerte de Isabelita, la joven que vendía
las telas venturosas, las nonadas. ¡Subir
con tu brazo gentil sobre mi brazo
las mágicas escalas, ascendiendo
entre los unicornios de cristal, los fugitivos
ciervos de humo, así, serenamente
hasta el piso tercero! Allí los mostradores
en la perpetua luz, en la blancura
sellada y suficiente de la tienda. Y luego
la joven que se acerca, dulce, absorta,
mirándonos el tiempo: es Isabel: charlamos.
Y así los años, así los corredores
de sol perenne que la brisa mueve. Y luego
es otra la que viene: ves, arrecia
el frío artificial, la luz es dura. Entonces
estalla el tiempo, aúlla la violencia
con un hilo de voz en el espejo: son los huesos
pelados, renegridos de la tienda. Tenemos hambre:
Isabelita ha muerto.
Eliseo Diego