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LA NIEBLA

     Recuerdos de la infancia

Niebla pálida y sutil
que en alas vas de los vientos,
no así callada y sombría
desaparezcas a lo lejos,
en pos de ti correré ,
sin vagar y sin sosiego,
porque está sedienta el alma
de tus sombras y misterios.
Acuérdate, engañadora,
del inocente embeleso
con que, niño embebecido,
contemplaba tu silencio,
por si en él resonaban
perdidos y blancos ecos
de las arpas melodiosas
de las magas de los cuentos.
Crédulo entonces y puro
rasgar intenté tu velo,
pensando que me ocultaba
sus palacios hechiceros,
sus fantásticos pensiles,
sus músicas y torneos,
y los flotantes penachos
de encantados caballeros.
Rasgada en pedazos mil,
cual perdido pensamiento,
te vi envolver cuidadosa
y con solicito anhelo
las almenas carcomidas
del alcázar, que en un tiempo
escándalo fue del mundo
por su pompa y devaneos
sin ver que era vano afán
y descabellado intento
velar sus rotos blasones
y su mutilados fueros
con tu liviano ropaje,
y más liviano deseo;
y con todo alguna vez
el sol te daba contento
reverberando apacible
del torreón altanero
en el musgo húmedo y triste;
roja chispa de su fuego,
que después tú disfrazabas
hasta mentir el reflejo
de perfilada armadura
de rutilante yelmo.
¡Cuántas veces me engañaste
con dolosos sortilegios,
haciéndome atropellar,
desapoderado y ciego,
las ruinas del castillo,
cándido infante, creyendo
mirar de pie en su poterna
membrudo y alto guerrero
como lúgubre guardián
de la prez de sus abuelos!
¡Cuántas veces ¡ay! Mis lágrimas
por tus mentiras corrieron
al ver que mi fantasía
y mi dulcísimo ensueño
tornábase en mis manos
manojo de musgo seco,
que en vagas ondulaciones
flotaba a merced del viento!
Y a la verdad no era mucho
que el sol oyera tu ruego;
porque nunca le engañaste
para mostrarte severo:
y, a pesar de tus engaños,
yo te adoraba en extremo.
Y aún te adoro, parda niebla,
porque excitas en mi pecho
memorias de bellos días
y purísimos recuerdos;
porque hay fadas invisibles
en el vapor de tu seno,
y porque en ti siempre hallé
blando solaz a mi duelo.
 
¡Ay del que pasó la infancia
a sus ilusiones muerto!
¡Ay de la flor que fragancia
consume y pura elegancia
en apartado desierto!
¡Ay del corazón de niño
que se abrió sin vacilar,
sin reserva y sin aliño,
pidiendo al mundo cariño,
y no lo pudo encontrar!
Niebla que fuiste mi amor
y de mi infantil desvelo
amparo consolador,
que sola bajo el cielo
comprendías mi dolor;
¡Qué mucho que yo te amara,
yo, desterrado del mundo,
que en ti perdido vagara,
y a ti sola confiara
mi desamparo profundo!
Tú a mi espíritu algún día
dabas tus húmedas alas,
y, demente de alegría,
el vago viento corría
descomponiendo tus galas.
Cuando, en el llano tendida,
los contornos de los montes
ocultabas atrevida,
fingiendo en los horizontes
vaga mar desconocida;
y de la verde montaña,
que asomaba la cabeza
con altiva gentileza,
isla formabas extraña
de delicada belleza:
bogaba la fantasía
por tu misteriosos mar,
y en su ignorancia creía
la virgen isla lugar
de ventura y alegría.
Y crédula soñaba
puerto en la vida seguro,
y desde allí imaginaba
un porvenir que llegaba
sereno, radiante y puro.
En tu piélago tal vez
de gótica catedral
la fábrica colosal
flotaba con altivez,
fortaleza feudal.
Y el ánima embebecida
en entrambas se fijaba.
Y ya  la veleta erguida,
ya la almena esclarecida
solitaria acompañaba.
Que en los mares de ella edad
no flotan, no, de otra suerte
mundana pompa y beldad,
hasta que en la oscuridad
relumbra el sol de la muerte.
Todo confuso y borrado
en tu seno aparecía,
vaporoso y nacarado
y en celajes mil velado
como luna en noche umbría.
Y la mente virginal
que sólo a ver alcanzaba
las rosas en el zarzal
y otros vientos no soñaba
que la brisa matinal;
Tus enigmas resolvía
a favor de la inocencia,
y calma tan sólo veía,
y solamente escondía
amor sin fin y creencia.
Que hay una edad placentera
de vistosos arreboles,
pura como azul esfera,
de espléndida primavera
y mágicos tornasoles.
En que se goza el dichoso
porque en la dicha confía,
en que se goza el lloroso
viendo fanal luminoso
allá en el bruma sombría.
De pura nieve y carmín
formada está el alma nueva:
no es mucho, pues, que se atreva
con el destino, y que beba
en las copas del festín.
Vaga niebla sin color,
no es mucho que vea en ti
serenas noches de amor,
labios de ardiente rubí
y verdes prados en flor.
No es mucho; porque ilusiones
de tan vistoso jaéz
pasan tan sólo una vez
para velar sus blasones
en perpetua lobreguez.
Su blanca luz placentera
brilla un instante no más,
y en la amorosa carrera
de juventud hechicera
no vuelve a lucir jamás.
Niebla, ya no puedo ver
en tu misteriosos espejo
los vergeles del placer,
que el corazón está viejo
de quebranto y padecer.
Pasó mi infancia muy triste,
más pasa mi juventud;
que entonces tú me acogiste,
y hoy mi ventura consiste
en la paz del ataúd.
Mas, ya que has sido mi amor,
envuélveme con tu velo,
dame sombras y consuelo,
que tú sola mi dolor
has comprendido en el suelo.

1838

autógrafo

Enrique Gil y Carrasco


«Poesías Líricas» (1873)

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