A UN ALMA AUSENTE
Porque sabías lo que nunca dije
y no diré ya más, lloro en tu muerte
mi propia muerte, y me sepulto en vida.
Resurrección... eternidad... encuentro
definitivo en la serena hondura,
en un presente que lo abarca todo
como mar sin orillas y sin viento,
bañado en luz que brota del mar mismo.
Así será. Recónditos veneros
que nutrieron las almas y las vidas
de tantos hombres que en alquimia oculta
forjaron mi emoción y tu sonrisa,
irán al mismo mar... Allí estaremos
tu madre y yo y el hijo de tu carne
y todo nuestro ayer, lo que sin tregua
nazca de nuestros ríos silenciosos
en el tiempo voraz que engendra y traga
la sucesión de vidas y de muertes...
Verdad, así será... Mas esta vida
pequeña y vacilante, como niño
que da en el bosque los primeros pasos,
esta urdimbre de espinas y de flores
que puso el tiempo en el jardín del mundo
como una iniciación para lo eterno
¿no ha de volver jamás? ¿Será tan sólo
ave fugaz que canta y agoniza
y se lleva el secreto de su canto?
Esta vida que ignora y que pregunta,
ésta, que nada sabe, pero atisba
el misterioso signo de los astros
¿se borrará por siempre, como río
que nunca torna al manantial paterno?
Dímelo si lo sabes, sombra ausente.
Enrique González Martínez