GALLOS
Cuando yo era pequeño, en mi ciudad,
cantaban muchos gallos en el alba.
Las familias de entonces
los solían criar en patios y terrados
de sus propias viviendas,
o en los cuidados huertos que ceñían
los espacios urbanos con su verdor.
A veces,
antes de que mi madre me llamara
para ir al colegio,
me despertaban ellos con su canto,
que crecía y crecía
al tiempo que aumentaba la claridad y, al fin,
llegaba a convertirse
en un escandaloso griterío.
La pequeña ciudad vibraba toda
al despuntar el sol
por encima de torres y de cúpulas
y sumarse a tan loca algarabía
con su plumaje de oro
y su cresta escarlata.
No sé por qué esta tarde,
al cabo de los años, el recuerdo me trae
aquellos gallos del amanecer.
Va mi vida de vuelta, y el olvido
se lleva sin cesar hacia ninguna parte
personas, cosas, sueños
que tuve alguna vez y que perdí.
Por eso es muy hermoso y tiene tanto
que ver con la alegría
que, inesperados y resplandecientes,
hayan querido regresar ahora
estos gallos que cantan en la luz del principio.
Eloy Sánchez Rosillo