EL VÉRTIGO
Menos mal que la vida
sólo a veces nos muestra sus abismos
o decide imponernos
toda la sobrehumana intensidad
que es capaz de alcanzar cuando ella quiere:
la incandescencia en que el amor destruye;
los calcinados páramos
del dolor más terrible;
el miserable estigma de la cólera
o la plaga del odio.
No fuimos hechos para respirar
en la espiral del vértigo.
Andamos por espacios conocidos,
confiados y en calma.
Pero entre paso y paso
se abre de pronto a nuestros pies el mundo
y respiramos sólo
estupor, desventura, miedo, noche.
Y caemos sin fin. La lobreguez
dura siglos de angustia.
Mas el descenso, milagrosamente,
cesa en un punto
y vemos que a lo lejos, poco a poco,
surge una luz de amanecer muy pura.
La piedad de esa luz
nos bendice los ojos y la frente
y nos guía a un lugar en que el vivir
transcurre sin historia y se suceden
indistintos los días.
Eloy Sánchez Rosillo