SIEMPRE POR VEZ PRIMERA
Al terminar la clase
se acercó hasta el estrado una muchacha
a consultarme algo. No sé qué.
Me sonrió segura del poder que concitan
la juventud, la gracia, la belleza.
Y unos rizos oscuros del pelo le cayeron
sobre los ojos negros.
Le brillaba un piercing
en los labios y llevaba un tatuaje
—unas letras en chino— entre el cuello y el hombro.
No sé lo que me dijo ni sé lo que le dije,
pero hubo, sin embargo, entendimiento.
Fue ayer y antes de ayer y hace mil años:
tanto fulgor de pronto, siempre por vez primera.
Luego hizo con la mano un gesto así, de adiós,
y siguió caminando por la vida.
Eloy Sánchez Rosillo