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A UN POEMA DE DISTANCIA

Me partí en dos
después de ti;
me dividí
como se dividen los días
según las ganas
que tengas de recordarme,
como se abren mis calles
cuando te descubren bailando
como el viento del invierno,
como la única chica feliz
en un bar de carretera
o la única chica triste
un viernes por la noche,
como un funambulista adicto a las caídas,
como si el precipicio fueran mis manos
y el miedo se hubiera evaporado de tus pies;
me fui y me dejé
contigo
tan desnuda
que pensé que jamás volvería
a tener calor
—en un mundo de contradicciones
eres mi reina—.

Dejé mi mitad
esparcida sobre tus sábanas
y entre tu pelo hundí mi nariz
mientras dormías
—o mientras escuchaba al mundo
respirar,
ya no sé—
para que no te dieras cuenta
de lo rabiosos que me resultan los días
cuando apareces,
es decir,
cuando no apareces.
Lloví sobre tu espalda
al mismo tiempo que sacaba el paraguas
para que mi ausencia no te salpicara,
a pesar de lo que me gustaría lamer
las heridas revueltas de tu costado,
y hacer nudos con mi lengua
con todo lo que se esconde detrás.

Me abandoné para ti,
sin saber si dejaba
más de lo que me llevaba.
Me caí,
de cabeza,
buscando el golpe de tus omóplatos
en mis ganas
de besarte
cada día,
todos
los
días,
todos los besos,
todo tu cuerpo,
todo tu pelo,
cada
día,
todos los días.
Me quedé dentro de ti
mientras me marchaba.


Y así ando ahora,
dando traspiés con un solo pie;
haciendo todo a medias
desde ti;
balanceándome inerte
entre tantos recuerdos
que te juro que aún rememoro
cómo era eso de sentir,
es decir,
de besarte;
paseando, tan torpe,
entre tu nombre
y mis heridas,

con la incoherencia
de querer llevarte a la guerra
al mismo tiempo que te acuno en mi paz;

hablando a medias
porque después de probar tu boca
las palabras ya no sirven de nada;
latente,
a un poema de distancia
de querer volver a besarte,
a una última canción
de volver a bailarte de nuevo;
con un ojo entreabierto
por si se te ocurre volver a mirarme
y no estoy,
mientras intento aprender a besar
todo lo que habla de ti
para que me dejes de hacer falta;
soñando con tenerte tan cerca
que solo pueda abandonarte,
pero entonces despierto
porque los sueños a medias son solo eso,
sueños.


Pero al final,
como en todos los finales,
solo quedan certezas.

Me olvidé de mí

con el único propósito
de que tú no te olvidaras de mí
—todos necesitamos
ser salvados—,
con la única intención
de que te dieras cuenta
de que la mitad que dejé en tus manos
eras tú misma,
que te pertenezco
y me perteneces de una manera
que aún no sé escribir,
y eso me asusta más que tú;
que no puedo abandonarte
porque entonces me quedaría vacía,
sin ti,
sin mí,
y cómo sobrevivir entonces.


Así que cuídame,
es decir,
cuídate.

Por mi vida.

autógrafo

Elvira Sastre


«Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo» (2014)

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