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INVIERNO EN EL INFIERNO

Calculo que te habrán descrito
unas tres veces elevado al cubo
—por eso
de todas
las
entradas
de tu cuerpo—
el tango que se forma en tus labios
cuando bajan a conocerme,
como si tu lengua supiera
que cada vez es la última vez
y se vistiera de saliva
para honrar al último baile,
ya sabes,
el eterno,
el que solo termina
cuando se desliza caliente por tu garganta
y tu sed claudica,
subordinada
a mi mano sobre tu cabeza.

Debes saber ya
que la diferencia
entre mis fantasías y tú
es que a ti te follo con los ojos abiertos
y no son mis labios los que relamo después.
Mientras tanto,
tú las cumples
añadiendo las tuyas,
y ya sabes entonces
lo que ocurre:
todo eso del verbo zambullirse
y el placer de ahogarse;
el erotismo de los imperativos
cuando se mezclan con tu boca;
los ojos llenos de una perversión
que duele
y promete una sucesión de orgasmos
por cada incursión
—cómo no creerlo
cuando noto tu lascivia
empapándote los muslos
mientras lo cuentas—;
eso de que contigo
los sentidos se reducen a tres:
besarse, follarse y correrse;
y todo eso del
nometoquesasí
que se van a empapar hasta las paredes
y a ver quién limpia tanto sexo,
pero pordiosnopares.

No desconoces,
cuando me llenas los dientes de lujuria,
el efecto que tiene tu espalda desnuda sobre mis ojos;
las ganas que tengo de clavarte los metacarpos
entre gemido e ingle;
romperme
la
muñeca
partiéndote
en
dos;
embestirte
hasta que tus gritos rompan la pared,
te quedes sin voz
y entonces tengas que pedirme clemencia,
porque quiero amputarte
cada intento de desplante
y que mis dientes se queden llenos de tu carne;
chuparte y llegarte a las entrañas
—ya sabes lo que dicen,
no se habla con la boca abierta—;
follarte la boca
y asaltarte
tus cuatro labios
atracándote las muñecas al otro lado de la habitación,
recreándome en cada hendidura de tu cuerpo;
lamiéndote cada gota que expulses
para besarte después;
sentarte encima de mí
y subirte al cielo
—o bajarte al infierno,
déjame pensarlo—;
destrozándote el pelo mientras media espalda
se
queda
en
mis
uñas.

Joder,
yo juraría que el invierno era la estación del frío,
pero desde ti
cuanto más desnuda voy
más abrasa todo.

Que tiemblen los animales,
porque no se había visto nada tan salvaje
hasta ahora.
Que lo único que tiene esto de poesía
es lo mojada
que te deja mi tinta
y los versos
que voy a darte en la entrepierna.
Y ya sabes cómo,
a fuego lento
y bien marcados.

autógrafo

Elvira Sastre


«Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo» (2014)

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