RELIQUIA
En la calle silenciosa
Resonaron mis pisadas;
Al llegar frente a la reja
Senti abrirse la ventana...
Y en el marco de la sombra,
Sobre el fondo de la estancia,
Que con reflejos rojizos
El hogar iluminaba.
Como virgen bizantina
Que en la cúpula dorada
Al resplandor de los cirios
En la penumbra resalta,
Envuelta en el blanco traje
Vi surgir su imagen blanca,
Que aun en medio de mis sueños
Miro, como entonces, clara.
¿Qué me dijo? ¿Lo sé acaso?
Hablábamos con el alma:
Como era la última cita
La despedida fue larga.
Los besos y los sollozos
Completaron las palabras,
Que de la boca salían
En frases entrecortadas.
«Rézale cuando estés triste
—Dijo al darme una medalla—.
Y no pienses que vas solo,
Si en tus penas te acompaña».
Le dije adiós muchas veces,
Sin atreverme a dejarla,
Y al fin, cerrando los ojos,
Partí sin volver la cara.
No quiero verla, no quiero.
¡Será tan triste encontrarla
Con hijos que no son míos
Durmiendo sobre su falda!
¿Quién del olvido es culpable?
Ni ella ni yo: la distancia...
¿Qué pensará de mis versos?
Tal vez mucho, quizás nada.
No sabe que en mis tristezas,
Frente a la imagen de plata,
Invento unas oraciones
Que suplen las olvidadas.
¿Serán buenas? ¡Quién lo duda!
Son sinceras, y eso basta;
Yo les rezo a mis recuerdos
Frente a la tosca medalla.
Y se iluminan mis sombras,
Y se alegra mi nostalgia,
Y cruzan nubes de incienso
El santuario de mi alma.
1893
Francisco A. de Icaza