ODA AL INVIERNO
Porque has llegado tú,
el de las manos finas con anillos de plata,
el resoplar de los caballos
envahece la noche, y el humo de los buques
flota incierto en el aire,
y es el mar
como un légamo verde que se agita.
Porque has llegado tú, con tanta luna,
con ese bastoncillo de hielo en que te apoyas
—y esas plumas de pájaro que vagan por los parques—,
el viento cruje
en las ramas del árbol, y cruje en las esquinas,
arrugándose
como una carta adversa entre los dedos
de un rey loco y vencido.
Porque has llegado tú todo es más blanco,
y nuestros cigarrillos parecen las bengalas
de seres temerosos que deambulan
camino de su sueño
de endriagos y de enigmas, de mujeres
que jamás serán suyas de otro modo.
En la hora nocturna
de los remordimientos,
están tus manos frías
sobre el corazón palpitante de los bosques
de savia coagulada,
están tus manos
frotando nuestra cara como un signo de muerte,
siempre están
metidas en el agua que bebemos,
y entras así en nosotros,
porque has llegado ya, y eres el dueño
de todo cuanto el sol ha despreciado.
Cerremos la ventanas:
es tiempo de pensar en lo que nunca
volverá a ser ya nuestro,
porque has llegado tú,
puntual peregrino de helados dedos góticos,
y todo se recoge
sobre sí, bajo el alma, cuando siente
que están tus manos frías sobre el tiempo,
haciendo tiritar lo fugitivo.
Felipe Benítez Reyes