SONETO XXXIV
Hermosos ojos donde amor se anida,
Do sus saetas templa, y donde enciende
Su inmortal hacha; en cuyos tercos tiende
La red, do fue mi libertad prendida:
Si el piadoso licor, que mi herida
Podría curar, de vuestra luz desciende,
Y de veros, o no, solo depende
El hilo de mi larga, o corta vida:
Y habiéndoos de dejar, ¡ay cielo airado!
¡Ay fortuna, a mi bien siempre enemiga!
Me escondo, y voy de vos huyendo ahora;
Es porque del vivir propio apartado
Me alcance aquí la muerte, y no se diga:
Tirsi vivió de Fili ausente una hora.
Francisco de Figueroa