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EL HONOR DEL CUERPO

Jardín del mar, el agua
no es suspensión, no es luto.
La carne de las olas se me ofrece
como reducto humano,
como límite.

Jardín del mar, el agua
no se halla en el astro
sino en la soledad tan bienandante
del arrecife puesto
como costumbre
de un dios sitiado.

Jardín del mar, a veces me pregunto:
¿esa novia del sol
no queda en la arboleda de los peces?
Vine para quedarme.
La profundidad no excluye
la playa.

Si es que tengo memoria de los muertos,
¿no toca la gaviota la alegría
del jardín asomado al pleamar?

Déjame aquí,
Dios oculto.
La sangre, la neblina, el bebedizo
volcado
por afán de sirenas.

Jardín del mar,
todavía no vuelvo a la insistencia del yo,
todavía no presento la corola
como la innúmera y sombría
deidad del hermano.

¿Desplazar el mar?
Nunca.
El sonido se vierte en la terneza.
Oigo el grito de libre vasallaje
que es el honor del cuerpo
en movimiento azul.

Francisco Matos Paoli


«Jardín vedado» (1978)

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