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SALMO I

Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, la ánima mía:
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.

Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que hallaré la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal Cebo.

Tu hacienda soy, tu imagen, Padre, he sido,
y si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mí partido.

Haz lo que pide verme cual me veo,
no lo que pido yo: pues de perdido,
recato mi salud de mi deseo.

autógrafo

Francisco de Quevedo y Villegas


«Las tres musas últimas castellanas» (1670)
Urania. Musa VIII. Soneto


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