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XXXVII

Creció el infierno aquí, Nilo violento
de llamas, y tan ciego en lo enemigo
que de sus iras no dejó un testigo
ni a sus estragos permitió un lamento.

No pareció del cielo tal portento
(aun en venganzas disfrazado amigo),
que el cielo, entre el presagio y el castigo,
siempre dejó caber al escarmiento.

Ardió el Vesubio; no la inclemencia
de Júpiter honró su infiel desmayo,
ni a rayos de agua le anegó el tridente.

El que tiene por alma la violencia
no ha menester para morir el rayo,
pues nace fulminado un accidente.

autógrafo

Gabriel Bocángel


Gabriel Bocángel

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