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TESTAMENTO

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Escribiré en el aire mi testamento breve
pero me bastará la luz de su escritura,
abolida la música del corazón inleve,
para que las alondras lean su partitura.

Con mis espadas rotas y mis jazmines juntos,
en ese testamento he de forjar un friso,
pero la cifra mágica para mis contrapuntos
sólo sabrá el cadáver de mi espectro insumiso.

Si no he desesperado en la agoniosa espera
de esta noche sin tiempo, veladme en el aprisco
de las más altas cimas a mi cima altanera
y dadme el nombre en hielo de su glacial ventisco.

Que ninguna recóndita querencia me desvele,
saciada toda sed de agua, mujer y fruta,
y que todo hontanar de llanto se deshile
porque estará finada mi flor de moza enjuta.

Qué abejas de la voz en qué remotos bronces
me rondarán mil años para que las concierte
en una melodía pánica pero entonces
solo concertaré la brisa de la muerte.

Por toda al alegría de huir en mis bajeles,
inventadme un estío de distancias sonoras
con toda la nostalgia de un bosque de laureles
para toda una umbría de calandrias canoras.

Porque mi pesadumbre caminó eternidades
y mis arpegios brujos vencieron ciudadelas,
de caudalosas arpas, hacedme tempestades
y de mozas durmientes, mis transidas vihuelas.

Si no he desesperado al vivir por lo menos
endulzadme las uvas de mi viñedo amargo,
destilando ambrosías de sutiles venenos,
y hacedme con olvidos de amor el sueño largo.

Si no ha desesperado mi amor ni he presentido
más litoral de gozo que un muslo satinado,
juntadme en la blandura del lecho preterido,
una boca, una miel, un temor y un cuidado.

Porque me nacerán dos ojos siderales
para mirar a Dios en la embriaguez eterna,
derramará el océano sus aguas diluviales
y arderá la estrellada noche en su brasa tierna.

Saetero de fatuos resplandores y asombros,
os dejo mis caudales de soledad secreta,
y en la estación veniente, plantad en mis escombros
de cielo el aterido tallo de mi saeta.

Guardadme la memoria de mis yertos ayeres
y no quiero más duelo de amor y celestía
que una fragua de pájaros en mis amaneceres
y un alfar de sirenas verdes en mi oceanía.

autógrafo

Gonzalo Escudero


«Autorretrato» (1957)

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