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A. S. M. LA REINA DOÑA ISABEL SEGUNDA
CON MOTIVO DE LA DECLARACIÓN DE SU MAYORÍA.

Cuando al imperio de su voz rugiente
La discordia feral brota facciones,
                  Y al rápido torrente
                  De infandas ambiciones,
                  Son diques importunos
Derecho justo y potestad sagrada,
Alzar se ven guerreros y tribunos
Envueltos en el polvo del combate
De intereses contrarios que reluchan;
                  Mas no entonces se escuchan
                  Los acentos del vate,
Pues la inspirada cítara enmudece
Allí do el lauro con el llanto crece.

¿Y a qué halagar el aura fugitiva,
En amoroso y lánguido desmayo,
                  La encina ya desnuda
Que en tierra postra su cerviz altiva,
Despojo vil del devorante rayo?
¿A qué, bramando la tormenta ruda,
                  De la náufraga nave
                  Al mástil destrozado
                  Irá a posarse el ave,
                  Entre hirvientes espumas
Dejando acaso sus pintadas plumas?

Un tiempo fue que en turbulencias varias.
                  Con entusiasmo noble
Bebió la inspiración el genio fuerte,
Y a las aras corriendo solitarias
                  De un numen perseguido,
De las heladas manos de la muerte
Arrancar supo el lauro de la gloria,
Legando al orbe en su postrer gemido
                  Un himno de victoria.
¡Hechos sublimes, pálidos recuerdos
Hoy, de edades remotas,
No comprendidos ya! La poesía
No oyera entonces con inercia fría
Los elocuentes ecos de Eurotas,
Que el nombre de Leónidas preclaro
A par de libertad  daban al viento;
Ni ensordecer pudiera
Al murmullo del Tíber opulento,
Que en sus ondas llevaba por insignia
La inmaculada sangre de Virginia.
                  Perseguida y errante
La santa libertad, entonces tuvo
En cada corazón templo secreto,
                  Y su rastro divino
Brilló sobre las crestas del Himeto,
Radió del Quirinal en la alta cima,
Y se ostentó con fulgurante lumbre
Del Alpe agreste en la nevada cumbre.

Mas hoy, si suena el profanado nombre
Pasado numen de grandiosos hechos,
                  Por más que al vulgo asombre
Ecos no encuentra en generosos pechos,
Ni al noble vate inspiración envía;
Que el voraz tiempo en su carrera impía
Ni los antiguos númenes perdona.
Así desciñe de su frente augusta
La libertad su espléndida corona;
Se tiñe en sangre, y con la faz adusta
Al genio más que a la opresión espanta;
Mientras por culto adúltero, levanta
                  El delirio cruento
                  Ara torpe y funesta
                  A tan vil simulacro,
Y la licencia con audaz acento
Su nombre excelso a profanar se apresta.
                  ¡Ved! de aquel nombre sacro
El abuso fatal escucha el numen:
                  Tiembla, se indigna, siente
Su vergüenza cruel y su abandono,
Y a ocultar va la mancillada frente
Bajo la augusta majestad del trono!

¡Unión dichosa, próspera alianza,
Digna aureola del poder supremo,
Que porvenir magnífico afianza!...
                  Enmudece el blasfemo
Acento, que con nombres venerandos
Anárquicos furores difundía;
                  Y el consorcio divino
Que a la Europa feliz dicta el destino,
Y que a una voz la humanidad pedía,
No engendrará ni Césares ni Brutos;
Que el árbol santo de la paz, sus frutos
Hará brotar en religiosas leyes,
Por las libres naciones cultivado,
Bajo el dosel de sus amados Reyes.

Entre ellas tú levantarás la frente,
¡Noble madre del Cid, fecunda en gloria!
Tú que al carro feral de la anarquía
Uncir jamas quisiste tus leones:
Tú, cuya egregia historia,
Asombro de la rica fantasía,
Enlaza con los áureos eslabones
De tu cadena de monarcas grandes,
Tántos héroes ilustres, que sintiendo
Para aquella tu gloria armipotente,
De todo un mundo la extensión pequeña,
Del mar rompieron tus veleras naos
                  El valladar profundo,
                  Y cual de nuevo caos,
Para acatar tu vencedora enseña,
Evocado por ti se alzó otro mundo.
                  No la menos dichosa
Ser debes tú, que con tan noble brío
Las águilas del Corso quebrantando,
                  De sus tenaces garras
Tu cetro antiguo rescatar supiste;
Cetro que, libre del baldón infando,
Con nueva pompa y resplandores brilla,
Cuando en la nieta del tercer Fernando
Su Segunda Isabel mira Castilla.

¡Salud, virgen real! tu nombre caro,
Símbolo de virtud, cifra de gloria,
A par que alienta próspera esperanza
                  De apacible bonanza,
                  Despierta en la memoria
Timbres y hazañas mil. Cual hora subes
Astro de paz al horizonte Ibero,
                  Con tu fulgor primero
Rasgando negras, tormentosas nubes;
                  Así tras luengos días
De un siglo de penar, brilló la pura
                  Aurora de ventura,
                  Con que del pueblo hispano
Premiar al cielo las virtudes plugo,
Y su cetro cobró la blanca mano
Que fuerte con la cruz y con la espada,
Quebrantar supo el ominoso yugo
Que abatió el cuello a la oriental Granada.

A ti, heredera de su nombre augusto
                  Y de su cetro fuerte,
A ti guarda también el cielo justo
                  La venturosa suerte
De reparar nuestros prolijos males,
                  Borrando las señales
De tantos años de dolor. —Los pueblos
Beneficios tal vez cobran un día
De sus delirios y desastres. Brama
Así el volcán ignívomo; su cráter
                  La destrucción derrama
                  Entre hirviente ceniza
Que valles, montes, páramos inunda....
                  Mas su lava fecunda
La tierra que devasta fertiliza.

¡Salud, virgen real! mi voz humilde,
Que embargada de júbilo te aclama,
Es débil eco del acento fausto
                  Que del congreso ibero
Resonó en los dorados artesones,
Y el ámbito cruzó de cien regiones
Gozo vertiendo, penas disipando,
Oyendo aplausos, terminando lloros,
En cada labio bendición hallando
Y en cada corazón ecos sonoros.
Concordia, paz, prosperidad, ventura,
Cercarán ¡Reina! tu suprema silla;
Porque en tu frente la inocencia brilla
Y su santa aureola por adorno
                  Le dio la desventura...
¡Porque eres bella e ISABEL te nombras,
Y a inspirarte virtud se alzan en torno
De cien monarcas las augustas sombras!

¡Salud, regia beldad, virgen divina!
                  Su magnánima frente
                  A tu planta inocente
La nación fiera de Pelayo inclina:
                  Y allá en el Occidente
La perla de los mares mejicanos,
Al escuchar de nuestro aplauso el grito
Entre el hervor de sus inquietas olas,
                  En las alas del viento
Con eco fiel devolverá el acento
Que atruen a ya las playas españolas!

Noviembre de 1843

autógrafo

Gertrudis Gómez de Avellaneda


1 Esta composición fue escrita para el Álbum que el Liceo Artístico y Literario de Madrid tuvo la honra de regalar a S. M. la Reina, a cuya augusta presencia fue leída por la autora, en la sesión solemne celebrada por el Liceo en honor del fausto acontecimiento a que se refiere la Oda.


«Poesías de la excelentísima señora Dª Gertrudis Gómez de Avellaneda» (1850)

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