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AL ESCORIAL.
COMPOSICIÓN POÉTICA ESCRITA EN AQUEL REAL SITIO A PETICIÓN QUE SE DIGNÓ HACER A LA AUTORA S. A. R. EL SERMO. SEÑOR INFANTE D. FRANCISCO DE PAULA

«El sepulcro y el trono aquí se juntan»
DUQUE DE FRÍAS

Absorta, muda ante tu aspecto adusto,
¡Monumento inmortal! en vano al alma,
A quien elevas y a la par asombras,
                  Pido un acento digno
De interrumpir de tu silencio augusto
                  La majestuosa calma:
Digno de hendir las vacilantes sombras
De tus desiertos ámbitos, zumbando
En ecos de tus bóvedas eternas,
                  Y con ellos perdido
                  Por la región del viento,
Osado remontarse al firmamento,
                  Con el vuelo atrevido
De tus soberbias torres seculares;
Que dejando a sus pies fragosos montes,
Y en contorno asperísimos pinares,
Se alzan buscando extraños horizontes.

Cuando veo la enorme pesadumbre
A la tierra oprimir de tu grandeza;
                  Que tu regia cabeza
Halaga el sol con fulgurante lumbre,
                  Y cual nobles laureles
Te coronan tus altos capiteles;
En tu vigor, belleza y opulencia,
Mi pensamiento atónito medita:
                  ¡Admiro en ti la herencia
                  De un reinado de gloria:
Veo en tus pétreas páginas escrita
De una era de poder brillante historia!
                  Mas si entonces se agita
El corazón en férvido entusiasmo,
                  La lengua al punto enfrena
                  Un respetuoso pasmo;
Y trémula imagino que resuena,
                  Grave, apagando los acentos mios,
                  En largos y profundos
Ecos, que guardan los espacios fríos,
Sin que el soplo del tiempo los disipe,
Aquella voz con que rigió dos mundos
La voluntad suprema de Felipe.

Si emblema venerable te contemplo
De inmortal religión, en la desnuda
                  Polvorosa ladera,
                  Con sencillez severa
Alzarte al cielo, despreciar la ruda
Ira del viento, que incesante brama,
Y entre sus brumas levantar tu frente,
                  Que impasible, imponente,
Con muda voz tu eternidad proclama;
                  Mi cabeza se humilla
En tu sagrado polvo, y en silencio
                  Doblando la rodilla,
La paz de tu reposo reverencio.

                  A pensamientos graves
Con que a la mente tu grandeza abruma,
Digno solaz ofrecen los prodigios
                  Que son nobles vestigios
Que testifican tu opulencia suma,
Cuando de ciencia y religión santuario,
                  De las artes sublimes
Fuiste a la vez asilo hospitalario,
Y aposentó magnífico en tu seno
El gran genio de Herrera,
Al de Murillo, Zurbarán, Rivera,
                  Rindiéndote tributo
Pinceles de Ticiano, Urbino y Reno,
Cinceles de Monegro y Benvenuto.

                  ¡Recreo y maravilla
Del corazón y el pensamiento! Grande,
                  A la par que sencilla,
Obra de la piedad e inteligencia!
                  No más en tu presencia
Niegue su inspiración al alma inerte
                  La acobardada musa,
                  Que trémula y confusa
Su pequenez en tu grandeza advierte!
Suene mi voz en tu recinto umbrío,
                  ¡Oh epopeya de piedra!
Y esa elocuencia muda que me arredra,
Traduzca audaz el pensamiento mío;
                  Que a eterna fama aspira,
Al recordar ufano, que la lira
Por sus augustas manos laureada,
Hoy coloca en las mías vacilantes
                  El Príncipe benigno,
En quien encuentra apreciador tan digno
La lengua de Solís y de Cervantes.

Obediente a su voz la mía rompa
Las trabas del cobarde desaliento:
                  Suene la épica trompa
Haciendo retemblar la áspera sierra;
¡Sus cumbres salve; y fatigando al viento
Lleve veloz a la asombrada tierra,
Por cuanto abarcan de la mar las olas,
Con tu nombre las glorias españolas!

Al eco fausto las marmóreas tumbas
Ya siento estremecidas... imagino
Ver que entre augustas sombras se levanta
La de tu excelso fundador: tu mole,
Pedestal digno de su austera planta,
Huella y se encumbra majestuosa y grave,
De nubes bajo espléndidos doseles,
Mientras tendiendo las inmensas alas,
Que sombrean tu tétrico recinto,
De San Quintín protege los laureles
El águila imperial de Carlos Quinto.

Rápido vuela, en tanto,
Por atronantes ecos repetido,
De egregia gloria el comenzado canto,
Y al asilo penetra do en olvido
El héroe yace que asombró a Lepanto,
                  Cuando a lanzarse pronto,
Cual águila real, sobre su presa,
                  Con tímida sorpresa
Le vio Estambul mirar al Helesponto;
Y cercado de míseras ruinas
                  De la deshecha flota,
                  Del imperio Otomano
Estremecer la playa más remota,
Al ademán de su indignada mano.

¡Oh regio capitán, de Iberia orgullo!
Pueda mi acento a tu perpetuo sueño
                  Prestar plácido arrullo,
En ese panteón que no reviste
Indestructible mármol, mas do miro,
Esplendor dando a su recinto triste,
De Austria y Borbón esclarecidos nombres.
Allí a tu lado yacen... ¿Mas qué amargas
Memorias, ¡ay! al corazón recuerdas,
                  Con que mi voz embargas
Y en vano pulso las templadas cuerdas?...
Por qué ¡Escorial! el entusiasmo santo
Por tu belleza mística encendido,
Súbito expira y en copioso llanto
Prorrumpo a mi pesar?... ¡Ay! que mi pecho
                  Recuerda estremecido,
Que aquel que me ordenó tus maravillas
                  Cantar en arpa de oro,
Aún siente deslizar por sus mejillas
De profundo dolor acerbo lloro,
Que en ese opaco panteón reclama
                  Aún no cerrada tumba:
Y el viento mugidor de Guadarrama,
Cuando en las altas cúpulas retumba
Y tu muralla secular azota,
Lanzar parece de su negro hueco
                  En largo y flébil eco,
¡Aquí yace también Luisa Carlota!

Allí, ¡oh dolor! en polvo convertido
Aquel pecho será, que osado y fuerte
Mil veces sin temblar se viera herido
Por fieros golpes de la infausta suerte.
                  Allí en humilde tabla
                  Las futuras edades
El nombre excelso encontrarán de aquella
Que del confín de la risueña Gades,
Dejando apenas de su planta huella,
Y de Sirio el ardor menospreciando,
Voló a la quinta del Borbón primero,
                  Do el aliento postrero,
Lanzaba un rey entre enemigo bando.
Ella llega: su voz, cual si ejerciera
Del mismo cielo milagroso influjo,
Detiene el golpe de la cruda parca:

Suspenso al borde de la tumba fría
Momentáneo vigor cobra el monarca:
A Luisa  ve que heroica desafía
De pérfida ambición el negro encono;
Que al lecho regio por su mano guía
                  A la Princesa tierna,
Ya condenada a mísero abandono...
¡Y allí le da la bendición paterna!
¡Y allí la encumbra de la España al trono!

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                  Del beneficio inmenso
Guarda un pueblo leal grata memoria...
                  Mas no el canto suspenso
Me es dado proseguir. —Ecos de gloria
No me ordenes alzar, cuando tu herido
Corazón, hoy en soledad suspira...
¡Tú que me colmas de bondades tantas!
¡Acepta sí, la voz de mi gemido,
                  Y deja que la lira
Rompa, Señor, a tus augustas plantas!

Julio de 1845

autógrafo

Gertrudis Gómez de Avellaneda


«Poesías de la excelentísima señora Dª Gertrudis Gómez de Avellaneda» (1850)

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