ELEGÍA I
DESPUÉS DE LA MUERTE DE MI MARIDO
Otra vez llanto, soledad, tinieblas...
¡Huyó cual humo la ilusión querida!
¡La luz de dicha que alumbró mi vida
Un relámpago fue!
Brilló para probar sombra pasada;
Brilló para anunciar sombra futura;
Brilló y se disipó... y en noche oscura
Para siempre quedé.
Tras luengos años de tormenta ruda,
Comenzaba a gozar benigna calma;
Mas, ¡ay!, que sólo por burlar el alma
La abandonó el dolor.
Así la pérfida alimaña finge
Que a su presa infeliz escapar deja,
Y con las garras extendidas ceja,
Para asirla mejor.
El que ayer era mi sostén y amparo,
Hoy de la muerte es mísero trofeo...
¡Por corona nupcia me dio Himeneo
Mustio y triste ciprés!
De juventud, de amor, de fuerza henchido,
Su porvenir, ¡cuán vasto parecía!...
Mas la mañana terminó su día:
¡Ya del tiempo no es!
Nada me resta, ¡oh, Dios! Sus rotas alas
Pliega gimiendo mi esperanza bella...
Hoy sus decretos el destino sella:
E irrevocables son.
Al golpe atroz que me desgarra el pecho
No quiere Dios que mi valor sucumba;
Mas con los restos que tragó esa tumba
Se hundió mi corazón.
¡Alma noble y amante!, ¡tú , ante el trono
De la suprema paternal clemencia,
Por la que fue mitad de tu existencia
Pide, pide piedad!
¡Baje un rayo de luz que alumbre mi alma
En este abismo de pavor profundo,
Hasta que pueda abandonar del mundo
La inmensa soledad!
Setiembre de 1846
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Esta composición, como la siguiente, fue escrita en el convento de señoras de Loreto, en Burdeos, adonde se retiró la autora inmediatamente después de la sensible pérdida de su malogrado esposo, acaecida en aquella ciudad.