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CONTRA LA CORRUPCIÓN DEL SIGLO

Este suelo lozano,
Do su riqueza derramó Natura,
¡Ay! extranjera mano
Cuidó de su cultura,
Cuando yacía el español en dura,

Y amarga servidumbre:
Y el que el esfuerzo resistió constante
De Roma; y a la cumbre,
Templo del gran Tonante,
Retemblar hizo; y demudó el semblante

Del Hijo de Quirino;
Cercado de cadenas, vio asolada
Su patria; y de un ferino
Furor amancillada
La esposa fiel, la virgen consagrada.

Sus lágrimas bañaron
Con riego estéril los paternos lares,
Que en ellos se cebaron
Árabes a millares,
Convirtiendo en establos los altares.

Como el Vesubio ardiente,
Cuando vomita con horrible estruendo
Su rápido torrente,
Va los montes hendiendo,
Y pueblos en su curso destruyendo;

Cual Pompeya, Herculano,
Y otros que yacen en eterno olvido
Por su furor insano;
Así fue destruido
El godo imperio, el reino más:florido.

¿Constantes saguntinos,
Soldados de Viriato valerosos,
Soberbios numantinos,
Compañeros gloriosos
De Sertorío, españoles belicosos,

Adónde arrebatados
Guiáis la planta de temor dudosa?
¿Los hechos esforzados;
La sangre generosa
Que anima el corazón, ni la famosa

Remembranza de aquellos,
Que jamás bajo el yugo colocaron
Sus indomables cuellos;
Ni tantos, que ensalzaron
La patria, y con su muerte la libraron,

Alentaros ya puede?
¿Como al lobo los tímidos corderos
Vuestra potencia cede
A los Árabes fieros?
Vergüenza da, y espanto, y rabia veros.

¡Qué mucho! Sumergidos
En ocio, y a los vicios entregados,
Torpes ya los sentidos,
Los brazos enervados,
Y los ánimos fuertes apagados,

Opusieron en vano
Su desmayada hueste al golpe duro
Del robusto africano;
Nadie quedó seguro
Ni a pecho abierta, ni detrás del muro.

Y vosotros, Pelayos,
Sanchos, Alfonsos, Dávilas, Guzmanes,
Que como ardientes rayos,
Y sabios capitanes,
Desplegando los rojos tafetanes,

Blandisteis la cuchilla
En los montes de Asturias escabrosos,
Llanuras de Castilla,
Y en donde los medrosos
Godos huyeron, no, no estéis gozosos:

Vuestros Hijos no imitan
Vuestra ilustre virtud, vuestras acciones;
Sus fuerzas no ejercitan
Con pesados barrones;
Ni al sol revuelven áridos terrones;

Ni al caballo fogoso
Hacen que tasque de oprimido el freno;
Y suba presuroso
El áspero terreno,
De polvo, de sudor, de sangre lleno;

No los juegos marciales,
En que el brío se muestra, y la destreza,
Usan con sus iguales,
Sino infame torpeza,
En que gime de horror Naturaleza.

Canciones habaneras,
Bailes, en que los miembros, agitados
Con mudanzas ligeras,
Dejan de ardor tocados
Los ánimos más fríos, y apagados,

La doncellita aprende
Desde su tierna edad, y se ejercita;
La llama, que así enciende,
Sus deseos irrita,
Y al fin la venda del rubor se quita.

En un ruinoso juego
El varón, o en la crápula sumido,
Permite con sosiego
Que el virginal oído
Sea con desenfreno corrompido:

Y luego muy gozoso
En su lecho la admite, a fin que osada
Se burle de su esposo,
Y quede destrozada
Del tálamo nupcial la fe sagrada.

¿Qué esperanza nos resta
Con progenie tan torpe, tan viciosa,
Si acaso viene presta,
Y destruirnos osa
Otra nación robusta, y belicosa?

autógrafo

Gaspar María de la Nava Álvarez, Conde de Noroña


«Poesías del Conde de Noroña» (1800)  
ODAS


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