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A LA MUERTE DEL CORONEL DON JOSEF CADALSO, COMANDANTE DE ESCUADRÓN DEL REGIMIENTO DE CABALLERÍA DE BORBÓN 1

¡Qué triste llanto hiere mis oídos!
¡Qué rumor tan confuso! ¡Qué lamento!
¡Oh noticia cuel! ¿Con qué gemidos

Demostraré mi angustia? No hay aliento
Que pueda explicar penas tan furiosas,
Ni cosa que se iguale a mi tormento.

¿Pero qué Hijos de peñas escabrosas,
Por carniceros tigres engendrados,
Y arrullados por sierpes venenosas,

Y qué pechos serán los que obstinados
No padezcan ahora la amargura,
Que acibara los nuestros desdichados?

¡Oh Muerte inexorable, oh Muerte dura!
¿Por qué cortas la planta más florida,
Privándonos así de su hermosura?

¿Por qué tan a menudo enfurecida
Empleas en los buenos tu guadaña,
Que debieran gozar eterna vida?

¿No sería mejor, no fuera hazaña
Segar aquellos monstruos venenosos,
Que la inocencia ahogan con su saña?

Entonces, si, serían más famosos
Tus hechos, Muerte; entonces los mortales
Con tu vista serían virtuosos.

Más ahora, que traes tantos males
Al que tributa a la virtud honores,
Que conviertes sus ojos en raudales,

Pues que solo descargas tus rigores
En los que cultivando su talento,
Procuran ser más sabios, o mejores;

Maldecimos tu mano, tu ardimiento,
Suplicando al que reina en las alturas
Que para compensar tanto tormento,

Y acabar de una vez con tus locuras,
Te arrojen al Averno, y con cadenas
Te hagan tan formidables ataduras,

Que se revienten de hinchazón las venas,
Y sea disipado enteramente
El humor infernal de que están llenas.

¡Ay Dios! El sentimiento, que al presente,
Con, furor me devora, lo ha causado
Esa tu ansia de aniquilar ardiente.

Sí, Muerte, si la vida has destrozado
De Cadalso, Cadalso esclarecido,
Cuya frente en los Cielos ha tocado;

De aquel que en el ingenio ha competido
Con el dulce Anacréon, alabando
Como el anciano a Baco, y a Cupido;

Y con la diestra a veces empuñando
La sonora trompeta, celebraba
De los guerreros el glorioso bando;

El cothurno otras veces se calzaba,
O pintando los hechos lastimosos
Lágrimas compasivas arrancaba;

Otras, bajo los mirtos más frondosos
Sentado con su Fili en las riberas
De los mansos arroyos sonorosos,

Con quejas, y canciones lastimeras,
En que el fuego brillaba, y la dulzura,
Mostraba sus heridas verdaderas;

Verías conmoverse la espesura,
Ablandarse las piedras, y el contento
Dibujado en las flores, y verdura.

¡Cuántas atacó el vicio macilento!
Pero con gracia tal que parecía
Ser de Persio, o Marcial su activo acento.

Ya no puede crecer, oh Muerte impía,
Esta planta feraz, pues la cortaste
Cuando sus frescas ramas extendía.

Tú el saber, y la risa nos quitaste;
Y a la España aquel Hijo, en quien fundada
Tenia su esperanza, la robaste.

Esta matrona, que antes penetrada
Se vio de humanidad para cualquiera,
Ahora, de agonía traspasada,

Se abandona a su llanto de manera,
Que, la frente en sus manos apoyando,
Inmóvil muchas horas persevera.

Está allá en su memoria repasando
Los Hijos más famosos, que ha perdido,
Y los va unos con otros comparando;

Apolo del suceso enternecido,
A sus plantas se postra, y con dolientes
Ayes su flaco aliento interrumpido,

La acuerda los pasados y presentes,
Que compusieron obras delicadas;.
Y aunque en Pindo bebieron de sus fuentes,

Eran las de este tan aventajadas,
Que encima descollaban cual robusto
Quejigo sobre yerbas desmedradas:

Y al mirar la cabeza, que con gusto
Orló mil veces, ya deshecha, llora,
Llamando con furor al Cielo injusto.

Hasta el terrible Marte, que colora
Con sangre los arroyos; y los prados,
Y gusta de la muerte, gime ahora;

De sus ojos, de saña encarnizados,
Lágrimas compasivas han corrido,
Maldiciendo mil veces a los hados,

Y a la funesta mano, que ha prendido
Fuego al robusto Obús 2, de do la muerte
Salió para un soldado tan cumplido;

Llora de rabia el Dios su infausta suerte,
Llora el haber perdido en este solo
Un sabio César, un Aníbal fuerte;

Y que hubiera del uno al otro polo
Su nombre cual guerrero dilatado,
Que hoy solo se repite por Apolo.

En su mente renueva que, ya armado
Muy joven con insignias militares,
Bajo sus estandartes fue alistado;

Y, atrevido pisando los lugares,
Por donde el Duero lleva su corriente 3
Se labraba laureles a millares,

Que hubieran coronado aquella frente,
Que esta noche el Britano valeroso
Sin querer destrozó bárbaramente 4.

Sí: el mismo Inglés intrépido dudoso
Estuvo al prender fuego en el terrible
Obús, de tanto daño receloso.

Quería que el destrozo fuera horrible;
Que la sangre del Íbero vertiera;
Que fuera su furor irresistible:

Mas no quería, no, que destruyera
De un varón altamente respetado
La vida, que apreció sobremanera 5

Ese ímpetu detén arrebatado
Hierro destruidor; mira su ciencia;.
Venera su talento delicado.

¿Mas quién halló a la guerra resistencia?
¿Quién dudó que es origen de mil males,
Y en quién la Muerte funda su potencia?

¿Quién se encontrará ya de los mortales
Que no se canse, y sienta los excesos,
Que suelen cometerse en tiempos tales?

¿Quién no verá que de entre los progresos
De las armas, que en medio de las glorias
Nacen infelicísimos sucesos?

¿Quién no mira que ocultan las historias
Las desgracias, que manan de la guerra,
Contando las hazañas y victorias?

¿Y quién de los que habitan esta tierra
Habrá llorado tanto cual nosotros,
Donde el compendio del dolor se encierra?

¡Felices muchas veces, oh vosotros,
Que alegres con la suerte, que os dio el Cielo,
No envidiáis las fortunas de los otros!

¡No queréis tener mando sobre el suelo,
Ni después de la muerte lograr fama:
Pero no conocéis el desconsuelo!

Esto fortuna con verdad se llama;
Estos son los placeres más sabrosos,
Donde nunca la pena se derrama.

Pero tú, que allá en campes luminosos
Gozas bienes eternos, tú, que habitas
Lugares dó no moran los viciosos,

Do no hay cizañas, donde no hay malditas
Discordias, donde todo es paz, contento,
Y do reinan dulzuras infinitas;

Escucha compasivo mi lamento;
Y pide.que te siga prestamente
Al que manda en la tierra, y firmamento.

Y un altar rico, hermoso, y eminente
Formaré mientras tanto en tu memoria,
Que humeando estará continuamente.

Pintaré al rededor la triste historia,
En que acabó tu vida, señalando
Tus acciones de más renombre, y gloria.

En ella expresaré por menor cuando
Saliste a ver las obras avanzadas,
Tu espíritu guerrero demostrando.

Que ni las duras balas disparadas
Por el altivo Inglés, ni el estallido
De las pesadas bombas, y granadas,

Ni la sangre del muerto, ni el gemido
Del herido pudieron conmoverte,
Como un peñasco de olas combatido.

Pues más sereno cada vez, y fuerte
Por medio del peligro discurrías
Sin el temor más leve de la muerte.

Con prolija atención, y arte medías
El trabajo tenaz de la trinchera;
Todo lo andabas; todo lo veías.

Atropos mientras tanto altiva, y fiera
Sobre tu frente con vigor sonaba
Para cortar tu aliento la tijera;

Clotho la rueca de pesar soltaba;
Y a Lachesis el hilo, que torcía;
En los trémulos dedos se enredaba.

Mas tu pecho guerrero, que gemía
Por llegar de la Fama al alto templo,
Del furor del contrario se reía,

Dando de tu valor heroico ejemplo
Al soldado feroz, que desmayado,
Y triste por tu muerte le contemplo.

Pintaré al General al otro lado
Lleno de agitación, porque ha perdido
El oficial que había más amado;

Y a todos los mejores preferido 6,
Por ser en lo político excelente,
Y en diferentes lenguas instruido 7,

Pondré la alteración, que justamente
Tuvo todo: el Ejército, sabiendo
La muerte de un varón tan eminente.

Pondré tu cuerpo... Pero no: ese horrendo
Espectáculo lejos de mis ojos,
Que se están con el llanto deshaciendo.

No quiero que los lúgubres despojos,
Que consiguió la Muerte, a tus amigos
Produzcan con su vista mil enojos.

Únicamente aspiro a que testigos
Sean de tu valor, y tu talento,
Que apreciaron tus mismos enemigos.

También para un eterno monumento
Del honor, que tus méritos lograron,
Poner esta inscripción en él intento:

«Aquí yace Cadalso, a quien amaron
Marte, Palas y Apolo; cuya muerte
Amigos y enemigos lamentaron».

Tu altar formarle quiero de esta suerte;
Ya que los siempre inexorables hados
Hoy me privaron del placer de verte.

Y de leche reciente bien colmados
Dos vasos, dos de aceite mantecoso
Serán en él cada año derramados.

Tu nombre invocaré con son lloroso;
Y, de tamariz verde coronado,
Le cercaré cien veces presuroso.

En este sacrificio acompañado
Seré del dulce Tirso, del fluido
Elfino, y de Batilo delicado.

Cuando vean los tres el conocido,
Y funesto lugar, donde expiraste,
Sacando un profundísimo gemido,

Dirán: «Suelo dichoso, que abrigaste
La sangre de un varón, que merecía
Un más eterno, y más precioso engaste;

»Tú, que fuiste testigo de aquel día,
Que despreciando la granada fiera,
Que el término a su aliento conducía 8,

»Se mantuvo sereno en la trinchera;
Hasta que al rebentar con rabia ardiente
La frente destrozó que no debiera;

»Tú, que viste su espíritu eminente,
Y que ves nuestro llanto, allá en tu seno
A los tres nos esconde juntamente».

En cuanto el ponto de agua exista lleno;
Los troncos con raíces se sostengan;
La serpiente conserve su veneno;

¿Los ganados de yerba se mantengan;
Habiten los delfines en los mares;
Y las desdichas tras los bienes vengan;

Crecerán en nosotros los pesares,
Y crecerá tu nombre, que merece
Otros loores aún más singulares.

Y mientras que tu fama se alza, y crece;
Penetrado de amargo sentimiento,
Mi fatigado aliento desfallece:

Y así colgado dejo mi instrumento
De un fúnebre ciprés, no por el canto;
Sino porque con él mi triste acento
Ha expresado del pecho el justo llanto.

autógrafo
Gaspar María de la Nava Álvarez, Conde de Noroña


1 Ésta fue a las nueve, y media de la noche del 16 de febrero de 1782 en la batalla avanzada de cañones, llamada San Martín, frente de Gibraltar.

2 Murió del casco de una granada, que tiró una batería del monte, llamada de Ulises.

3 Siendo aún muy joven estuvo en la campaña de Portugal de Cadete del regimiento de Caballería de Borbón.

4 El casco le dio en la sien derecha y le llevó parte de la frente.

5 Le estimaban mucho los Ingleses; y el Gobernador de la plaza de Gibraltar Mr. Jorge Augusto Elliot hacía particular aprecio de él.

6 Don Martin Albarez de Sotomayor (hoy el Conde de Colomera) que mandaba entonces el bloqueo de Gibraltar, lo estimaba mucho, y lo escogió por su Ayudante de Campo.

7 Poseía los idiomas Latino, Francés, Italiano e Inglés; entendía el Griego; y estaba versado a fondo en el castellano.

8 Aunque le dijeron que se dirigía una granada al puesto donde estaba, desprecia el aviso con ánimo sereno


«Poesías del Conde de Noroña» (1800)  
ELEGÍAS


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