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A POPAYÁN

Glorifícate la Cittá feconda!
GABRIELE D'ANNUNZIO

Ni mármoles épicos, claros de lumbre y coronas,
ni muros invictos, que prósperos yerros defiendan,
y guarden leones de tranquila postura triunfal,
ni erectas pirámides —urnas al genio propicias—
magníficamente tu fama dilatan, sonora,
con voces eternas, ¡fecunda Ciudad maternal!

¡Extática, lúgubre, las procelosas cuadrigas
tu sueño sacuden, nostálgico pozo de olvido!
Abejas de Jonia melifican del árbol en flor
que nutres, y al águila, ebria de luz y viento,
las garras febriles y el pecho tremente de luchas
aplacan tus gélidas aguas de amargo sabor.

Tú vives del pasado. Púrpura de razas soberbias
do el Monte puro bajo el azul destella.
Sofrenas tu río, alma viva del gesto fugaz,
y el ánfora esbelta, rica de sangre augusta,
perenne derramas, al brillo de estrellas insomnes...
¡y brotan las bélicas palmas en lírico haz!

Tú vives del pasado. Púrpura de razas soberbias
en prófugo instante volaba quemando tus hombros,
y en púberes gajos te reían las pomas de miel...
¡Levanta! ¡la túnica fulge de honor y heridas!
acudan tus buenos, y el rostro marchito restauren,
¡y mullan tus sendas con hojas de nuevo laurel!

Y vives del futuro. Las árticas brumas del Tiempo
rasgas; con ojos sabios interrogas la Noche;
tus hijos epónimos magnifican el prístino azur
con trémulos halos, y miras tu raza ventura
feliz eu la fuerza, feliz en sondar el Misterio
que puso en el éter el místico Signo del Sur...

Tú vives de tus glorias. En himno sin término vuelan
tu soberbia esperanza con alas de Victoria,
tus bruñidos escudos, tu gladio de fosco metal.
Con numeroso verbo tus triunfos el ágora enalba,
y, castálida fuente, sólo por ti murmulla
del héroe aquilino la pródiga voz de cristal.

Y vives de tus dones. Tu mísera gente africana
por ti las manos muestra, sin hierros, a la Vida,
y, en férvido ahínco, monumentos de forma sin fin
erige con el bronce vivo de sus progenies
que en móviles grupos, de toscas o nobles figuras,
relievan tu hazaña—¡del uno hasta el otro confín!...

Y vives de imposibles. Al óptimo, audaz Caballero,
Señor de la Mancha, de escuálida, triste figura,
sepulcro le diste, bajo un roble de añosa virtud.
¡Patético hidalgo! de prez tus armas brillan:
dos veces tus pares probaron al orbe su temple:
en trágico golfo, tu yelmo; tu lanza, en Cuaspud.

Tú vives del martirio. Monótono arroyo de sangre
afluye de tu pecho al ávido mar sin orillas...
¡Del Orto al Poniente glorifica tu sino—la cruz!
Al ara fatídica llevan, cual eterno holocausto,
su genio, tu Prócer: el mútilo torso, Camilo;
tu víctima sacra, sus púdicos lirios de luz...

Y vives del orgullo. Colérica tribu de azores
tus marchas preside. Las víboras mudas se tuercen
al golpe moroso de tu cetro de insigne marfil.
A ti los relámpagos ciñen radial corona;
a ti las tempestades rinden sus espadas de oro;
conquistas evoca tu rostro de fiero perfil.

Y vives con tu cielo, libélula errante, cogida
entre las redes que urde la luz de monte a monte
—La tarde se mustia... Figuras ceñidas de tul
agrúpanse pávidas... Arde implacable hoguera;
el cóncavo cruzan torbellinos de nácares y oro,
y el Rey degollado, mil veces purpura el Azul...

En lóbregas simas tu savia la plebe concentra
como el carbón sepulto, la chispa milenaria,
Tus bíblicas madres, cual espigas al beso de Abril,
incluínanse grávidas... ¡Fluyan eternamente,
como las aguas mudas entre las selvas mudas,
tus próceres gérmenes de fausto vigor juvenil!

No mármoles épicos, claros de lumbre y coronas,
ni muros invictos, que prósperos hierros defiendan,
y guarden leones de tranquila postura triunfal,
ni erectas pirámides—urnas al genio propicias—
magníficamente tu fama dilatan, sonora,
con voces eternas, ¡fecunda Ciudad maternal!

Extática, lúgubre, las procelosas cuadrigas
tu sueño sacuden, nostálgico pozo de olvido...
Abejas de Jonia melifican del árbol en flor
que nutres, y al águila ebria de luz y viento,
las garras febriles y el pecho tremente de luchas,
aplacan tus gélidas aguas de amargo sabor.

autógrafo

Guillermo Valencia


«Ritos» (1898)

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