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ÉGLOGA I:

A DON PEDRO DE TOLEDO, MARQUÉS DE VILLAFRANCA, VIRREY DE NÁPOLES

SALICIO.  NEMOROSO

      El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando,
          tú que ganaste obrando
          un nombre en todo el mundo
          y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado
al ínclito gobierno del Estado,
Albano, agora vuelto a la otra parte,
            resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte:

      agora de cuidados enojosos
y de negocios libre, por ventura
andes a caza el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;
            espera que en tornando
            a ser restituido
            al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma
de tus virtudes y famosas obras:
            antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mundo sobras.

      En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día
que se debe a tu fama y a tu gloria;
que es deuda general no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria;
            el árbol de victoria
            que ciñe estrechamente
            tu gloriosa frente,
dé lugar a la yedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco arrimada a tus loores;
            y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.

      Saliendo de las ondas encendido
rayaba de los montes el altura
el sol, cuando Salicio, recostado
al pie de una alta haya en la verdura,
por donde una agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
            él, con canto acordado
            al rumor que sonaba,
            del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
            y así como presente
razonando con ella le decía:

SALICIO

      ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
mas helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aun la vida temo,,
témola con razón, pues tú me dejas:
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
            Vergüenza he que me vea
            ninguno en tal estado,
            de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
            de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

      El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente;
cual por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente,
            cuál con el sol presente,
            va de nuevo al oficio,
            y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina:
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mundo va cubriendo
            o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas corriendo.

      Y tú, desta mi vida ya olvidada,
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
¿dejas llevar, desconocida, al viento
el amor y la fe, que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?
            ¡Oh Dios! ¿Por qué siquiera,
            pues ves desde tu altura
            esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo,
no recibe del cielo algún castigo?
Si en pago del amor yo estoy muriendo
          ¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

      Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba:
por ti la verde hierba el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
            ¡Ay, cuánto me engañaba!
            ¡ay, cuán diferente era
            y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decia
la siniestra corneja repitiendo
            la desventura mia.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
      ¡Cuántas veces durmiendo en la floresta
(reputándolo yo por desvarío)
vi mi mal entre sueños, desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estio
llevaba por pasar allí la siesta,
a beber en el Tajo mi ganado:
            y después de llegado,
            sin saber de cuál arte,
            por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba:
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
            del agua fugitiva.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
      Tu dulce habla ¿en cuya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste!
            No hay corazón que baste,
            aunque fuese de piedra,
            viendo mi amada yedra,
de mi arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida.
que no se esté con llanto deshaciendo
            hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
      ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
¿O qué discordia no será juntada?
Y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,
siendo a todo materia por ti dada?
            Cuando tú enajenada
            de mí, cuitado, fuiste,
            notable causa diste
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviera poseyendo.
            Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas corriendo.

Materia diste al mundo de esperanza
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza,
que siempre sonará de gente en gente.
            La cordera paciente
            con el lobo hambriento
            hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido:
que mayor diferencia comprendo
            de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Siempre de nueva leche en el verano,
y en el invierno abundo: en mi majada
la manteca y el queso está sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada,
tanto, que no pudiera el mantuano
Titiro ser de ti más alabado.
            No soy, pues, bien mirado
            tan disforme ni feo;
            que aún agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mi se está riendo:
            ¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Como te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
            No sabes, que sin cuento
            buscan en el estío
            mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Extremo  en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
            me estoy en llanto eterno!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Con mi llorar las piedras enternecen
natural dureza y la quebrantan;
los árboles parecen que se inclinan;
las aves que me escuchan cuando cantan,
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
            Las fieras que reclinan
            su cuerpo fatigado.
            dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mi te endureciste,
los ojos aun siquiera no volviendo
            a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste
que bien podrá venir de mi segura,
yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven, si por sólo esto te detienes.
Ves aquí un prado lleno de verdura,
            ves aquí una espesura.
            ves aquí una agua clara,
            en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo.
Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo,
al que todo mi bien quitarme puede;
            que pues el bien le dejo
no es mucho que el lugar también le quede.

Aquí dio fin a su cantar Salicio
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena.
            La blanca Fílomena,
            casi como dolida,
            y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.
Lo que cantó tras esto Nemoroso
decidlo vos Piérides; que tanto
            no puedo yo, ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.

NEMOROSO

Corrientes aguas, puras, cristalinas;
árboles que os estáis mirando en ellas;
verde prado de fresca sombra lleno;
aves que aquí sembráis vuestras querellas:
yedra que por los árboles caminas
torciendo el paso por su verde seno:
            yo me vi tan ajeno
            del grave mal que siento,
            que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
            por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.

Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdate durmiendo aquí algún hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
            ¡Oh miserable hado!
            ¡Oh tela delicada,
            antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
            que es más que el hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.

¿Do están agora aquellos claros ojos,
que llevaban tras sí como colgada,
mi alma doquier que ellos se volvían?
¿Do está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
            Los cabellos que veían
            con gran desprecio el oro,
            como a menor tesoro,
¿adónde están? ¿adónde el blanco pecho?
¿Do la colunma que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,
en la fría, desierta y dura tierra.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que habla de ver con largo apartamiento
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
            El cielo en mis dolores
            cargó la mano tanto,
            que a sempiterno llanto
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
            solo, desamparado,
ciego sin lumbre en cárcel tenebrosa.

Después que nos dejaste nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace
en lugar suyo la infelice avena,
            la tierra que de buena
            gana nos producía
            flores con que solía
quitar en solo verlas mis enojos,
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable;
            yo hago con mis
ojos crecer, llorando, el fruto miserable.

Como al partir del sol la sombra crece,
y en cayendo su rayo se levanta
la negra oscuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,
            hasta que el sol descubre;
            su luz pura y hermosa;
            tal es la tenebrosa
noche de tu partir en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,
basta que muerte el tiempo determine
            que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.

Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse entre las hojas escondido,
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
            y aquel dolor que siente,
            con diferencia tanta
            por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas.
            trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas,

De esta manera suelto yo la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda:
que aquel era su nido y su morada.
            ¡Ay muerte arrebatada!
            por ti me estoy quejando
            al cielo, y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
Tan desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
            sentir, si ya del todo
primero no me quitan el sentido.

Tengo una parte aquí de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
            Sin que de allí se partan,
            con suspiros calientes,
            más que la llama ardientes,
los enjugo del llanto, y de consumo
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
            Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.

Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, oscura,
que tanto aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura.
Verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina,
            y aquella voz divina,
            con cuyos son y acentos
            a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda,
me parece que oigo que a la cruda,
inexorable Diosa demandabas
            en aquel paso ayuda:
y tú, rústica Diosa, ¿dónde estabas?

¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
¿Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crueza,
que conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,
            o no ver la tristeza
            en que tu Nemoroso
            queda, que su resposo
era seguir su oficio, persiguiendo
las fieras por los montes, y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
            ¿Y tú, ingrata, riendo,
dejas morir mi bien ante mis ojos?

Divina Elisa pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvida, y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
            y en la tercera rueda
            contigo mano a mano
            busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
donde descanse, y siempre pueda verte
            ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al trasmontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día.
            La sombra se veía
            venir corriendo apriesa
            ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol de luz escaso
            su ganado llevando,
se fueron recogiendo paso a paso.

autógrafo

Garcilaso de la Vega


Canciones

enlace Juan Nicasio Gallego - y el dulce lamentar de dos pastores
inglés Translation by J. H. Wiffen
ruso Перевод И. Тыняновой
audio Voz: Ditirambo - LibriVox.org


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