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ESCRITO EN LA PUERTA AL SUR DE LA CIUDAD

Y le vino el deseo de recordarlo
con la vista


Empédocles


                        I

Subir, bajar escaleras del horizonte;
tenderse en un gran ojo
y ver la noche amontonada entre los astros.
De súbito, el mar a nuestros pies
inundándonos.
De pronto, el corazón retrasando su llegada.
Páramo de hermosura,
¿qué dijo el vuelo sin los pájaros
y qué el cielo, peinado de relámpagos?
Húmedo de animal grité en la niebla.
Nadie: la voz no devuelve nada.

En la oscuridad, alguien obtuvo su respuesta
de un espejo.


                        II

En el hueco de las horas
ahí me duermo. Deletreo mi ser,
y vuelve a abrir los párpados la calma.
(¡Qué libertad el sueño!)
Mientras añado magnitud al cielo,
repite el que dejo en la puerta:
—asno impaciente sobre el camino de la palabra,
toca de nuevo la flauta;
mientras una estrella rompe la noche
dale duro, araña, a tu danza.
Y repite, insiste, el que dejé en la entrada:
—reposa tú, lagarto, con la cabeza tendida en la playa. ¡Quítese los ojos la luz,
pero tú, tú, Dos de la mañana,
desátame las manos,
que está colgado mi cuerpo de mi alma!

autógrafo

Juan Bañuelos


«Puertas del mundo» (1960)

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