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VIENTO DE DIAMANTES

La Eternidad está enamorada
de las obras del tiempo.


W. BLAKE

Lo mismo que Adán sumergido hasta la alondra del silencio,
    sucio de humana noche en que he caído, rompo todos los pronombres
    para tenderme en el día óseo de la plenitud.
Acudo ebrio de musgo y tulipanes hasta las criptas de las piedras
    o de los ríos secos, donde muerden al silencio cárabos crepusculares
    y en donde un hombre solitario se hinca.

Pisando soledad entro en el día, porque es dable a las criaturas
    ver su hora crecer para hallar luego algo de los mortales
    en un grano de arena. Mas también bajo las gradas
    seculares y
diviso el humo de las chozas de los hombres,
    veo los caminos cotidianos, las nubes que anuncian el otoño
    y la mujer grávida de su fruto sentada en su hamaca
viendo pasar las horas.
                        Y me muevo con las hierbas, y
          con el menor movimiento del caballo, y
          siento que dentro de mí corro
    como ese río que estoy viendo que avanza.
¡Y miro alejarse la carreta del último cosechador!

E igual que una palabra lanzada a la mitad del mar
    caigo en el seno del prodigio. y como el minero que se cubre
    con las manos la faz cuando de pronto, ciego, reencuentra la luz,
    así la dulzura levanta su toga y me envuelve temerosa.
¡Ay, el hombre soy y no lo había advertido!
    el amparado por los dioses tutelares de la iniquidad, el que frecuenta
y ronda tanto rencor taimado del polvo con su cauda de crines blancas.
¡El hombre soy, mas no me basta!
    porque el sol tiene su trigo en llamas y el mar
    tiene los ojos tocados por la gracia.
El hombre soy
          pero toda cosa nacida con la aurora, con ella muere,
y toda criatura que engendra la noche
    con ella se aleja porque oscuro es su linaje.

Todo pasa.
Y como el agua y el sol, también todo queda. Un silencio
    que se sienta a esperar el primer ruido. Nuestra imagen
    que se pierde y se encuentra como el humo que
                        no es más que el eco del fuego.
No otra cosa que la espuma negra
que va haciendo el arado sobre la tierra.
Y lejos de la memoria del viento que dejaron las épocas,
    un olor de centeno y anís hace volver los pájaros.

Y porque el horizonte no es más que una hoja larga de perfil,
    dejo que mudas tribus de peces muerdan los guijarros,
    dejo que brille el hocico del jabalí en la noche
                        y que bajo el zumbido de las abejas
    los bueyes trillen las mies.
    ¡Ay, reivindicación bañada en el ojo inocente!
    ¡Oh, exultación del mar sostenida en el resplandor!
¿De qué remoto sueño hemos caído? ¿Por qué somos
    una rueda que grita enloquecida? ¡Ah! Triste es
    nuestro paso, en verdad.
¡No más que olas somos! Nos levantamos brevemente...
para seguir siendo mar.

autógrafo

Juan Bañuelos


«Puertas del mundo» (1960)

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