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FESTÍN DE LAS IMÁGENES DE ALCOHOL

Cae en cámara lenta la sed a mi garganta
Murmurios de cimbras recorren la ciudad
Mientras gotea la noche y el ulular de una ambulancia
Mueve las hojas de los árboles.
Cantizal de sollozos, cebollas de mercurio,
todo es lenta penumbra como una llave que se cierra.
Paseantes al amanecer me rodearon
las noticias inciertas, mi barrio y la ciudad donde vivo.
El día escombra sus rincones,
busco mi corazón debajo de un zapato,
llamo a la dueña de la fonda
y le pido que traiga una vasija de agua
para lavar el tiempo.
De niño me jalaron de los pies los muertos
(era un rábano largo de temores),
ahora participo en otra broma o en el abandono,
o simplemente apoyo mi brazo en la frente del suicida.
Esto es un juego que nunca aprenderemos,
sólo el lazo de cazadores en un bosque
(entre aquellos pulmones disecados
era el aire una sonora calavera
redonda como el seno de una hora
ceremonial e incorruptible).
Qué jugada:
El festín de las imágenes de alcohol
sobre la tabla dinástica del humo.
A la puerta del bar
se despide de nosotros nuestra sombra,
y pronto, de trago en trago, con mansedumbre caminamos
(ceremoniosas marionetas manipuladas desde el hipo).
Es un quehacer de ciegos en la oscura medusa del desastre,
un árbol de lisonjas puesto en pie como un domingo,
y esa lana de vergüenza que brota entre las cuerdas
de la estriada guitarra.
Mujeres instantáneas, perfumes disecados,
y mi sombra crepita en la espuma del vaso de cerveza:
Lucía es un cristal que tiembla,
Delia tiene la edad del vino
y Ester lleva su falda quemada por los muslos.
Desciende el hilo sérico del sueño,
Con una vara de azafrán viene el espectro de mi padre:
...los mineros se ahogan... ¿qué se hizo la fragua...
y aquel cincel, mi favorito? Con una espina de maguey
te hiere el campo, hijo...
Llena, entonces, mi copa la marimba
que es un árbol de música apretada,
sinagoga boreal llena de heléchos.
Los canoeros del río Grijalva me esperaron
en la ribera, y el agua brillaba en la barba del más viejo...
«responso del olvido, fervor de aquel olvido
en el limo de nuestros labios»).

Alguien llega y me jala. El cabaret humea.
Colgado de sus hombros
mi sombra me saca del alcohol,
y los dos —dúo mudo en un solo tallo—
jubilosos
recogemos la calle con ternura.

autógrafo

Juan Bañuelos


«El espejo humeante» (1968)

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