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TODO EL TIEMPO DE UNA CALLE SIN FIN

Mi más que Bienamante

En este aniversario, inexplicablemente
me hacen gestos puertas frías, ese poste y la lluvia,
la desdicha inclinada donde rueda
mi amigo sin trabajo,
el tatuaje violeta en las mejillas
de Sofía y Amparo, las dos pequeñas nietas del silencio.
Llega a través del vidrio roto de la ventana
un agrio olor de sótano y cerveza,
entre un puesto de frutas con el grito del dueño,
y en medio de esta danza sube a mí
tu rostro de dominios solares.

Nazco.
Salto los cercos de la pena
y consiento que el plan llegue a mi boca.
En estos años
casi todos los hombres hemos sufrido mucho:
vienen y van los vivos y los muertos,
vienen y van las casas sin paredes,
los vestidos golpeados
hasta dejar los cuerpos en la cordura del frío.
Sin embargo, recuerdo
que en su momento yo te amo
soltando el corazón como un pez ebrio.
Es esta fecha,
de tantas cosas de la tierra
prefiero esa corteza de hormigas que tú llevas
(siento partir en dos el tacto),
para añadir más tiempo a los relojes,
para llevar el fuego fértil
hasta la herida mediadora.

En este instante, dime,
en que van a despertarse los muslos
del canto no escuchado,
¿no es cierto que sostienes
las notas de esta música solar
con la sola cuerda tensa de tu cuerpo?
La primavera nace en el cuello de una lágrima
y una hierba golpea la puerta del planeta.

La más que Bienamante:
                                desde ahora, dulcemente de acuerdo,
nuestras dos bocas cantan la estación de los hombres.
(Siempre semilla planta, siempre planta semilla).
Con tu amor me levanto. León de sol,
hago venir las épocas futuras
y sostengo la vida
                                armado con tus labios.

autógrafo

Juan Bañuelos


«El espejo humeante» (1968)

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