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EURÍDICE

¿De qué me hablas?
¿Distancia de qué hielo
me sorprende en caballo de tortura?
¿Por qué he de abrazar humo
si no soy un curioso de las sombras?
Asida del derrumbe y de los días
me acosas tan tierna como el agua,
como el sol y la verde estalagmita
del silencioso pino.
Discrepas de mi amor, me tumbas, me despojas,
qué rabia de estos muros que me muerden
con la cal de su tiempo y en mi sangre.
¿En dónde estás? ¿Rodeada de qué invierno
que me aleja de frío tu palabra?
Yo estoy, yo estuve, casi soy
aquel mellizo de la calle del Ciprés
que anduvo casi a migas de pan por las aceras,
aquél que acompañó a tu espejo que dejabas
desollado de sombras como un vidrio,
el pequeñín del aro que sostiene
tu voz de acanto por la tarde.
¡Qué de veras entonces me creías!
¡Qué de entonces apenas te desnudas!

(Sobre una alfombra de lascivas lobas
adarvando fui Adán con la muchacha.
Me rodearon bermejas oquedades
y soltero de mi alma yo era laico del mundo
y de la vida).
¿A qué hora volverás, Ausente?
Maduró el níspero en el hierro
y a destiempo te alhajas con mi pena.
¿Quién arquea los días como peces?

Eurídice de uvas como en la boca labios,
Eurídice del tacto como en la piel la sangre.

La horca, ¡la horca oscura, Eurídice!
    Sobreañal como un ciervo
                                        te persigo.

autógrafo

Juan Bañuelos


«El espejo humeante» (1968)

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