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EL REGALO DEL VIENTO

Me dijeron golondrina...
Se soltaron las auroras, castas
como gotas de invierno, hasta mi nueva claridad.
No hubo quien le dijera adiós al último mensaje de la nube.
Era mi vida una vanguardia alada de brisas conteniendo los arroyos del cielo.
A mis pies, desbordado, vagaba el universo...

Tú ibas sordo de brumas,
adyacente a ti mismo, y sin saberlo,
como una retaguardia de luz por mi sendero.
Nadabas en las noches sobre todos mis pétalos,
y aún no eras posible.
Mis trenzas enlazaban las vértebras inermes de tus sueños cansados.
Hasta quise prestarte mis alas, intercósmicas
para verte en los ojos margaritas y estrellas.

Tú ibas lento de espacio,
adyacente a ti mismo,
en mansa retaguardia de luz por mi sendero.

Aún no eras posible.
El viento huracanado te acercaba a mi sueño.

¡Aquello era agonía!

Hacia allá iban mis brizas destrenzando los vientos.
¿Que castidad de selva evitaba a tus brazos desnudarse en mis cielos?
¿Qué mariposa núbil no hubiera destrozado sus alas esperándote?

¿Por qué mi voz delante, durmiendo a las estrellas,
cuando el amor llamaba a mis espaldas?

Aquello era agonía.

Más tarde, un golpecito de luz, como paloma,
se irguió desde mis párpados y tropezó tu vida.
Se oyó sobre los aires
como un desplazamiento de auroras y de remos.
Una quietud de nido me sujetó las manos,
y se me fueron riendas, y carruajes, y vuelos.

El viento huracanado,
se quitó las sandalias,
y las puso en tu pecho.

autógrafo

Julia de Burgos


«El mar y tú» (1954)
Velas sobre el pecho del mar


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