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LA HAMACA DEL DESTIERRO

¡Vuela, vuela, hamaca mía:
Y al ruido de tus alas,
Adormece al desterrado
Que suspira por su patria!
Pronta vuela; y cuando el sueño
Llene rápido la estancia
Y en los aires revolando
Nos remeza con su planta,
Que a mis labios baje, dile,
Y aspirar me dé la blanca
Amapola del olvido,
En aromas empapada.
Que del alma echar ya quiero
Las memorias despiadadas
De los sitios que sonaron
Con los pasos de mi infancia;
De la madre cariñosa
Que al bajar la noche parda,
Con dos besos mis dos ojos,
Bendiciéndome, cerraba;
Del nogal que levantando
Su verdor sobre mi casa,
En los juegos de la siesta
Grata sombra me prestaba.

Suspendida de sus ramos,
De azucenas coronada,
Fresca y leve te mecía
Al impulso de las auras.
Mas ¡ay Dios! partiendo el rayo
De entre lóbrega borrasca,
Abrasó el querido tronco,
Destrozó sus bellas ramas.

¡Y tú, hija de los aires,
Hoy pendiente a mis espaldas,
Fugitiva vas conmigo
Sin parar de playa en playa!
Sí: conmigo del desierto
Los torrentes roncos pasas,
Y en las calles silenciosas
De los bosques me acompañas.
¡Sin dejarme, de los hombres
Atraviesas las moradas,
Y conmigo de los mares
Ves las ondas solitarias!
Y después que en occidente
Hunde el sol su inmensa llama,
Y los últimos fulgores
Del crepúsculo se apagan,
Con su triste luz la luna
Nos alumbra: —tú colgada
De algún árbol extranjero;
¡Yo soñando con la patria!
¡Vuela, vuela, hamaca mía:
Y al ruido de tus alas,
Adormece al desterrado
Que ha perdido cuanto amaba!

1834
(Refundidos en Nueva York, Marzo 22 de 1851)

autógrafo

José Eusebio Caro


Libro quinto - El desterrado V

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