NOCHE I
Es la noche de amargura;
¡qué callada, qué dormida!
la ciudad de la locura;
la ciudad de los fanales
clamorosos, de las vías funerales,
la mansión de las señales.
En mi estancia denegrida,
mustia, ronca, pavorida,
donde duermen los estantes;
ciegos libros ignorantes,
de la muerte con la esencia están los vasos;
y ora vienen, ora riman,
ora lentos se aproximan
unos pasos, unos pasos.
¡Triste noche!; baja bruma
de arrecida sensación el alma llena;
es la hora que me abruma
con el vivo despertar de mi honda pena;
son las doce, la inserena.
Luna llora; viene aquí la muerte mía,
a la estancia de los tristes cielos rasos;
¡cómo llegan con letal melancolía!,
¡ay, sus pasos!, ¡ay, sus pasos!
Fue de luz tu madrugada,
fue dichosa; recorriste,
por la senda coloreada,
todo un sueño en esta vida que es tan triste,
todo un sueño en esta vida inconsolada.
Infantil y reidora,
noche nunca presintiera,
en el sueño tu alma aurora;
¡fue tu senda encantadora!,
¡tu balada tempranera!;
y hoy en noche aridecida siento pasos
¡ay, tus pasos!, ¡ay, tus pasos!
Y después la puna helada
te vio enferma, nacarada;
y tus risas matinales
se volvieron tristes notas musicales;
y de Schumann vibraciones,
de Chopin tribulaciones
diste al piano, con azules lloros lasos,
como suenan las canciones
de tus pasos, de tus pasos.
Y en tu pálida agonía,
me dijiste que vendría
tu alma a ver la mi esperanza que fenece
en la muda librería
donde Sirio se obscurece;
tu alma a ver mi desventura,
mi ventana, la ciudad de la locura;
y en la noche quemadora de la mente,
sólo llegan, tristemente,
¡ay, tus pasos!, ¡ay, tus pasos!
José María Eguren