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PATÉTICA

En la sala blanca,
sin fin, de mármol gélido,
caen lágrimas
en silencio.
Flébiles sombras circundan el vacío,
y los pasos suenan
como tumbales voces.
Tiembla el remoto linde con la violada albura
del invierno y la luna,
de lágrimas que caen.
En el marmóreo hielo
hay un amor de antaño,
un insondable amor
que llora en la penumbra su sueño acongojado.
En lividez errante
de la oquedad perdura,
quizá con el recuerdo
de las amantes rosas.
En la mística sala
del infinito helado de los muertos,
en la glacial penumbra
hay un amor de antaño
que en su terrena vida
me hirió en vidente sueño.
Daban las altas horas del plenilunio triste
a mis ojos, dormía el aluvión de arena
con fantasmales dunas.
La vi en el campo tenue
de obscura luz, venir a mí tan suave
como jazmín de noche.

Las pléyades distantes extasiadas
nunciadoras felices,
fueron lámparas muertas;
y en la penumbra del lirial florido,
huyeron en cenizas los galanos preludios
de la berceuse de amor.
En el silencio el álbido poema fuga leve,
y las hojas se cierran de la noche;
una escala de luto innominada
a la bóveda asciende;
ni una luz tardecida,
ni un suspiro en el fondo.
La soledad nocturna calladamente oscila
como lejana péndula
de los adioses.
En la sala blanca,
sin fin, de mármol gélido,
caen lágrimas
en silencio.



José María Eguren


«Rondinelas» (1961)

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